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La ‘Perla de Namibia’ versus el ‘Parásito genital’

MICROBIOGRAFÍAS // JORGE BARRERO

Es difícil imaginar dos hogares más distintos que las salvajes costas de África y una uretra. Ésta es sólo una de las circunstancias que impide disfrutar del combate entre iguales más desigual que puede brindar la naturaleza. La otra es la nula animosidad que mostrarían los potenciales contrincantes: la bacteria más grande y más pequeña del mundo.

Haciendo un ejercicio de microbiología-ficción, podemos imaginar al speaker de la velada pugilística anunciando: "¡A un lado, Thiomargarita namibiensis (literalmente, perla sulfurosa de Namibia), con 0,75 mm. de diámetro, uno de los pocos microbios visibles a simple vista!". Esta bacteria necesita nitrato para respirar y como no siempre lo halla en su medio natural, los sedimentos del Atlántico sur, transporta reservas del compuesto en una gran bolsa, que ocupa el 98% de su volumen. "¡Y en el otro, Mycoplasma genitalium, con un diámetro 5.000 veces inferior al de su rival, apenas más grande que un virus, el organismo libre de menor tamaño!". O dicho de otro modo, el más pequeño que puede vivir sin estar dentro de otra célula. Y no es libre del todo, sólo lo encontramos en un ambiente muy especial, el tejido que recubre los conductos del aparato urinario de los primates, donde produce infecciones. Si combatieran por ser el más mediático, una vez más David vencería a Goliat.

El descubrimiento de T. Namibiensis, en 1999, a cargo de un equipo internacional con participación española, apenas dejó rastro en los medios de comunicación. En cambio, M. genitalium ha protagonizado portadas y minutos en televisión. Todo gracias a que el científico y empresario Craig Venter la eligió, por su mínima dotación genética, como molde para fabricar el primer genoma íntegramente sintetizado en el laboratorio. Una conclusión que podemos extraer de esta historia es que, en términos adaptativos, el tamaño sí importa, al menos en las bacterias. Ambos extremos deben sus dimensiones a los ambientes que habitan: una crece para acumular sustancias que le permiten sobrevivir en un entorno hostil y cambiante; la otra reduce su tamaño y genes a la mínima expresión, renunciando a su libertad a cambio de una vida cómoda dentro de otro organismo.

Será difícil verlas juntas. Salvando la posibilidad de que un paciente de uretritis, preferiblemente desnudo, se ofreciera a actuar como ring para este fantástico combate mientras se diera un baño en una playa de Namibia. Una actividad, por cierto, nada aconsejable para el voluntario, dada la baja temperatura de aquellas aguas lejanas.

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