La ciencia es la única noticia

Las bombas atómicas y Dios

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

Las religiones, por razones obvias, han recelado siempre de la ciencia. Lo que resulta curioso es que la tecnología les suele encantar a los clérigos de toda laya. Más que curioso es fascinante, porque las medicinas o los aviones están basados escrupulosamente en principios y teorías científicas que los cleros en su momento miraron con reconcomio, cuando no persiguieron con crueldad y saña. Si un intrépido físico nuclear le espeta a un ayatolá iraní que las fluctuaciones cuánticas del vacío hacen superflua la tarea más importante de Dios, la creación del Universo, puede darse por muerto, difunto y cadáver. Si se ofrece para colaborar en el programa nuclear de Irán, disfrutará de la más deliciosa amabilidad persa. La física que hay detrás de la generación espontánea de energía y materia (las fluctuaciones) y del núcleo atómico es la misma. Siendo magnánimos con la incongruencia, la pregunta es: ¿se puede consentir que Irán desarrolle la tecnología nuclear? Pues claro que ese país, como todos, tiene derecho a acceder a unas técnicas utilísimas en los hospitales, en infinidad de empresas ajenas a las armamentistas y en la producción de energía que no contamina la atmósfera. Lo que ni Irán ni nadie deben tener son bombas atómicas.

Es lógico el temor de que el aumento del número de expertos nucleares e industrias anejas facilite el acceso al armamento nuclear. Pero esto último se puede controlar de muchas maneras y todas eficaces. ¿Quién lo podría hacer?. El Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), a cuyo entrañable presidente, Al Baradei, le dieron el Premio Nobel por desarrollar una labor que si la hubieran aprovechado quienes debían se habría evitado una guerra cruel e injusta. Y nadie más, porque Estados Unidos ¿con qué argumento moral le puede prohibir nada a Irán poseyendo decenas de miles de bombas, habiendo tirado ya dos sobre gente indefensa y considerándose bendecido por Dios?

Lo de Dios me lo ha de perdonar el lector creyente, pero estará de acuerdo en que no hay manera más eficiente de poblar el paraíso que con bombas atómicas. Esto, hoy día, da más miedo por parte de los islamistas más furibundos; y con razón, no sólo por sus siniestros antecedentes, sino por algunas lecciones que les dieron los cristianos. Cuando los cruzados enviados por Roma a Francia para acabar con los cátaros le preguntaron al abad Arnaud Amaury cómo distinguir a los herejes de Beziérs, la respuesta fue tremenda: "Matadlos a todos, que Dios distinguirá a los suyos". De los 15.000 habitantes que se cargaron, poco más de 100 eran cátaros. Cámbiese cátaros por terroristas, abad por ayatolá, Papa por Bush, Ahmadineyad por capitán cruzado o cualquier batiburrillo que quiera el lector, con Dios y las bombas atómicas por medio, y notará cómo se le despega la camisa del cuerpo.

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