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Ciencia, conciencia y libertad (II)

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, en Burgos

La conciencia humana ha sido la fuente de la que ha manado la insaciable curiosidad por explorar y conocer. Los humanos hemos acumulado y transmitido conocimientos de generación en generación. Muchos de estos genes culturales se han borrado para siempre de nuestra memoria histórica; pero otros muchos han llegado hasta el presente. No importa si las viejas teorías han sido sustituidas por otras nuevas y mejor contrastadas. Este es el camino que ha seguido el conocimiento científico, esencia y fundamento de su propia identidad. Durante centenares de años, sólo algunos privilegiados tuvieron la fortuna de conservar, incrementar y disfrutar de los conocimientos científicos. Pero el privilegio de unos pocos se ha transformado poco a poco en un bien al alcance de muchos. En los últimos decenios, el conocimiento socializado ha producido un incremento exponencial e impresionante de los logros de la ciencia. Nuestro cerebro probablemente no se diferencia mucho del cerebro de los primeros sapiens que se expandieron fuera de África, hace 100.000 años. Pero la creciente estimulación que hemos recibido desde entonces ha creado un cerebro cada vez más complejo y operativo.

Sin apenas darnos cuenta, hemos dado un paso de gigante en nuestro particular camino evolutivo: ahora somos conscientes de que tenemos conciencia. También somos conscientes de lo poco que sabemos: otro paso adelante. El temor a lo desconocido ha dejado paso al deseo por conocer y de conocernos a nosotros mismos. Resulta fascinante el deseo casi obsesivo de batir nuestros propios registros. La posibilidad de conocer cada vez mejor las capacidades de nuestra mente es tal vez uno de los retos más importantes de la ciencia del futuro. La cada vez más compleja mente humana es capaz de analizar, valorar y juzgar con enorme rapidez. El conocimiento compartido nos ha dado libertad para decidir por nosotros mismos. Desafortunadamente, este privilegio sólo está al alcance de una parte muy pequeña de los millones de seres humanos que poblamos el planeta. Nuestros dioses se van quedando atrás. Ya sabemos que no van a resolver nuestros problemas. Lo queramos o no, nuestro mundo está cambiando y con inusitada rapidez. El conocimiento compartido ha propiciado el nacimiento de una nueva conciencia o, si lo preferimos, de un nuevo grado en ese rasgo humano que llamamos conciencia. Por supuesto, su base sigue siendo biológica, pero su interrelación con la cultura es evidente. El conocimiento científico nos ha dado libertad; así es. Pero también nos advierte de nuestra enorme responsabilidad. Los problemas no son pocos y la solución está en nuestras manos. La dificultad reside en que esa nueva conciencia, como una mutación beneficiosa, afecta todavía sólo a una pequeña parte de la humanidad.

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