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Errores fecundos

EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLOS FRABETTI

* Escritor y matemático

Hay científicos que son recordados sobre todo por sus errores. Empezando por el mismísimo Aristóteles, cuyas importantes aportaciones a la biología casi nadie menciona, a pesar de que fue el primero en darse cuenta de que los delfines no eran peces sino mamíferos adaptados a la vida acuática, y al intentar clasificar a los animales supuso que debía de existir algún tipo de evolución de las especies (aunque en esto se le adelantó Anaximandro, el discípulo de Tales). Sin embargo, los errores de la física aristotélica –como los relativos a la caída de los graves o a la continuidad de la materia– salen a relucir siempre que se mencionan las revoluciones científicas y los cambios de paradigma.

Y al hablar de errores científicos y de evolucionismo, es inevitable pensar en Jean-Baptiste de Monet, caballero de Lamarck, que hace exactamente dos siglos (el mismo año en que nació Charles Darwin) publicó su Filosofía zoológica, obra en la que expone la primera gran teoría de la evolución. Según Lamarck, los cambios ambientales obligan a los animales a adaptarse a ellos mediante adecuadas transformaciones morfológicas, que se transmiten a los descendientes.

Tanto la transformación adaptativa de los individuos como la herencia de los caracteres adquiridos son hipótesis erróneas; pero la falsa explicación de Lamarck sirvió para plantear el problema en toda su magnitud y encaminó a Darwin hacia la solución correcta. De hecho, si trasladamos la teoría lamarquiana de lo ontogenético a lo filogenético, se aproxima bastante a la realidad: no el individuo, pero sí la especie, se transforma adaptándose al medio. Por eso se recuerda más a Lamarck por sus fecundos errores evolucionistas que por sus notables aciertos taxonómicos (entre otras cosas, fue el primero en utilizar las claves dicotómicas para la clasificación de las plantas).

Ésta es la gran diferencia entre los errores científicos y los religiosos o los ideológicos. Los primeros plantean nuevas preguntas, mientras que los segundos y los terceros pretenden ser respuestas definitivas. Por otra parte, los errores científicos no suelen durar mucho, y rara vez tienen defensores empecinados, mientras que los errores religiosos e ideológicos pueden durar siglos –o milenios– y ser defendidos a sangre y fuego. Incluso cuando no son fecundos, los errores científicos pueden ser interesantes. Se suele decir que Einstein no aportó nada a la física durante los últimos treinta años de su vida porque se resistió a aceptar plenamente la mecánica cuántica; pero habría mucho que hablar al respecto. Tanto, que habrá que dejarlo para otra ocasión.

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