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La muerte de la razón

CIENCIA DE PEGA// MIGUEL ÁNGEL SABADELL

Europa vivió desde el siglo XV al XVIII una terrible pesadilla, el crimen más vil de la civilización occidental, la supresión de todo cuanto ha defendido el hombre dotado de razón. Fue la época de los juicios por brujería. Sus anales son brutales: se ahogó la honradez y la razón perdonó las mayores bestialidades. Irónicamente, fue ese sentimiento religioso del que se dice impulsa los corazones al amor al prójimo y la piedad el causante de la barbarie. Jueces y magistrados, filósofos y pensadores justificaron (¡hasta científicamente!) lo injustificable. Nunca ha habido tantas personas equivocadas durante tanto tiempo. Nada hay tan siniestro como la destrucción del derecho del hombre a pensar. Quienes desencadenaron y propagaron esta superstición dañaron la cultura europea de tal forma que, todavía hoy, se escuchan sus ecos: exorcismos, posesiones, diablo...

De entonces ha sobrevivido un documento conmovedor, que cada vez que lo leo se me encoge el corazón. Es la carta que un padre, acusado de brujo por sus amigos, pudo hacer llegar a su hija: "Entonces entró también el verdugo y me puso las empulgueras, con las manos atadas, de modo que me salió la sangre a chorros de la uñas y de todas partes y durante cuatro semanas no he podido utilizar las manos. A continuación me desnudaron, me ataron las manos a la espalda y me colocaron en la estrapada. Me izaron ocho veces y me dejaron caer otras tantas y padecí dolores terribles. Cuando el verdugo me llevaba a la celda me dijo: ‘Señor, os ruego, por el amor de Dios, que confeséis algo, aunque sea mentira. Inventad algo, porque no podréis resistir el tormento e incluso si lo soportáis no quedaréis libre. Os torturarán hasta que admitáis que sois brujo. Hasta entonces no os dejarán en paz, como ocurre siempre".

El pobre acusado dijo que tuvo que dar, bajo insufribles tormentos, los nombres de personas que supuestamente había visto en un aquelarre. De esta forma denunció a gente que no había visto nunca. Su carta termina con estas frases terribles por lo que significa ser sabedor del propio final: "Y éstos, hija mía, son mis actos y mi confesión, y por ellos voy a morir. Y es todo mentira e invención pues me obligaron a hacerlo bajo la amenaza de someterme a suplicios aún peores de los ya padecidos. He tardado varios días en escribir esto. Tengo las manos destrozadas. Me encuentro en un estado lamentable. Buenas noches, querida hija, pues tu padre, Johannes Junius, no volverá a verte jamás".

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