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Sagan y Dios

VENTANA DE OTROS OJOS// MIGUEL DELIBES DE CASTRO

Aprovechando un doble viaje en avión he leído el último, y póstumo, libro del divulgador científico Carl Sagan. Publicado en Estados Unidos el año pasado, en memoria de los diez años del fallecimiento del autor, reúne sus presentaciones de 1985, hasta ahora inéditas, en el marco de las Conferencias Gifford.

Tras años de búsqueda, Anne Druyer, colaboradora y viuda de Sagan, encontró casi por casualidad las transcripciones de las charlas, y las ha editado. El astrónomo Steven Soter, también antiguo amigo y colaborador, ha actualizado las ilustraciones y añadido información reciente. El resultado es tan luminoso como los libros escritos por el propio Carl Sagan. La versión española (en Planeta) lleva un título equívoco, pues se llama La diversidad de la ciencia, pero un subtítulo que realmente alude al contenido de las conferencias: Una visión personal de la búsqueda de Dios.

Debo confesar que el subtítulo me sorprendió. Sabía que Sagan había reclamado que ciencia y religión unieran sus esfuerzos contra las armas nucleares y la crisis ambiental (les llama "crímenes contra la Creación"), pero no imaginaba que hubiera dedicado su esfuerzo a discutir sobre Dios. La explicación radica en que las Conferencias Gifford, que se celebran en Escocia desde hace más de un siglo, nacieron para promover la teología natural, que Sagan define como "el conocimiento teológico que se puede adquirir solo mediante la razón, la experiencia y el experimento; no a través de la revelación ni la experiencia mística". ¿Acaso tales formas de conocer no se parecen a las de la ciencia?

Seguramente por eso, el escéptico Sagan no postula, contra lo habitual, que al tratarse de una creencia Dios queda fuera del debate científico, sino que entra al trapo con respeto, pero también con humor. Quizás haya millones de mundos parecidos al nuestro, ¿habrán tenido todos su paraíso terrenal? O bien, ¿por qué Dios no ha dado pistas más claras de su existencia? "Tras haber creado el universo -dice-, una cosa tan sencilla como poner un crucifijo de cien kilómetros de envergadura en la órbita de la Tierra habría sido perfectamente posible. ¿Por qué no hizo cosas de este tipo?". Leyendo el libro, el retraso de mi avión ha sido muy llevadero.

¡Ah, se me olvidaba! Sagan no niega la existencia de Dios. Se pregunta de qué Dios hablamos. Para Spinoza o Einstein, asegura, Dios era más o menos la suma de las grandes leyes de la física, comunes en todas partes. Si cuando hablamos de Dios nos referimos a eso, sin duda existe y es demostrable. En cambio, la existencia del Dios de barba blanca, sentado en un gran trono en el cielo y llevando cuenta minuciosa de cuanto ocurre en la Tierra, "hasta cada gorrión muerto", seguramente no se podrá probar jamás.

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