La ciencia es la única noticia

Limpieza de sangre e higiene

DE PUERTAS ADENTRO// MARÍA ÁNGELES DURÁN

Desde la perspectiva actual parece imposible que hace un par de siglos la suciedad material de calles y viviendas ocasionara anualmente en España miles de muertes y que, sin embargo, se concediera tanta importancia a la limpieza del linaje. Los certificados de limpieza de sangre se iniciaron en el siglo XV. Con la oposición inicial de reyes y papado, pero favorecidos por la Inquisición, sirvieron para impedir durante tres siglos el acceso a los cargos de responsabilidad en el clero, el ejército y entre los funcionarios reales. Testigo de su época, Cervantes ironizó sobre las reglas impuestas por los cristianos viejos para preservar su acceso restringido a los cargos mejor recompensados en El Retablo de las Maravillas.

Los expedientes de limpieza de sangre no se referían únicamente a las circunstancias personales del afectado. Requerían pruebas y testigos hasta la cuarta generación de los ascendentes, por la vía paterna y materna. No sólo eran causa de inhabilitación las cuestiones religiosas, que es lo que hoy suele recordarse, sino otras circunstancias civiles tales como desempeñar oficios mecánicos, de comercio o de usura, haber participado en duelo deshonroso o ser hijo de solteros. Esta última circunstancia, de aplicarse hoy, afectaría a más de una cuarta parte de los recién nacidos. Se utilizaban todo tipo de argucias para encubrir los hechos, aunque fueran un secreto a voces del que ni siquiera la realeza se libraba. A partir del siglo XVIII, la limpieza de sangre fue perdiendo fuerza legal, aunque siguió presente en la mentalidad y en las costumbres. La obsesión por la limpieza de sangre no se correspondía con la higiene.

Los españoles de los siglos dorados olían mal, aunque no peor que otros europeos. El hábito del baño y las prácticas de aseo personal eran para la Inquisición un indicio de prácticas judaizantes o heréticas; por ejemplo, se decía de Santa Teresa que su aprecio por la limpieza era huella del pasado converso de su familia. París, Venecia, Edimburgo o Sevilla eran conocidas por su suciedad y mal olor, a pesar de tratarse de ciudades ricas y hermosas; tenían graves problemas de drenaje, pavimentación, alcantarillado y depósito de desechos.

Una innovación práctica, el descubrimiento de la lejía en 1773, contribuyó decisivamente a la superación del mal olor de las ciudades. En Europa, la demanda de higiene llegó con los higienistas, un movimiento social y sanitario nacido en el siglo XVIII y que se desarrolló un siglo más tarde. La reducción de la mortalidad debe tanto al avance médico como a este movimiento social, ya que su lucha contra la suciedad y el hacinamiento contribuyó decisivamente a la mejora de las condiciones de vida de los hogares y de la salubridad pública.

Más Noticias