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Violencia gratuita

ORÍGENES// JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

En su libro African Genesis, publicado en 1961, Robert Ardrey popularizó la vieja y denostada teoría del simio asesino, postulada años antes por Raymond Dart. Las investigaciones sobre los australopitecos y su supuesto arsenal de armas fabricadas a partir de huesos, dientes y cornamentas llevaron al profesor de la Universidad de Johannesburgo a conclusiones que, afortunadamente, nunca pudieron demostrarse. Sin duda influido por las dos guerras mundiales, Ardrey explicaba que la agresión y la violencia se habrían convertido en el motor fundamental de nuestra evolución. La caza de grandes presas exigiría poseer estas cualidades, fijadas en nuestros ancestros durante el Plioceno, sino antes.

La pieza clave de la filmografía de Kubrik, 2001: A Space Odyssey, lleva toda la carga de la influencia de esas ideas. Las investigaciones de las últimas décadas nos han permitido dibujar un escenario menos dramático sobre nuestros orígenes, aunque en nada parecido al idealismo pacifista que surgió en los años sesenta, con el movimiento hippie, como respuesta a los nefastos episodios que marcaron el siglo XX. Hoy la evolución humana trata de entenderse bajo una óptica científica y objetiva. Se describen los cambios biológicos y culturales que han sucedido a lo largo de los últimos cinco millones de años y se intentan comprender los escenarios en los que tuvieron éxito caracteres como la postura erguida y la marcha bípeda, el cambio de dieta, o la aparición de nuevas etapas en el desarrollo. Nos interesa saber más sobre el cerebro y la mente de nuestros antepasados y responder a docenas de preguntas para las que todavía no hay una respuesta.

Tampoco renunciamos a describir y comprender nuestro comportamiento; pero, ¿podemos realmente inferir conductas violentas y agresivas del estudio de las especies de homínidos que nos han precedido?, ¿qué nos dicen los vestigios que obtenemos en el registro arqueológico? Yacimientos como los de Atapuerca ofrecen datos muy claros sobre prácticas reiteradas de canibalismo hace casi un millón de años. En esta época, el canibalismo parece estar asociado a la territorialidad y la competencia por los recursos. No hay indicios de la ritualidad, que apareció mucho más tarde con Homo sapiens. Este es sólo un ejemplo de que un cierto grado de violencia nos ha acompañado siempre en nuestra evolución, pero sólo la justa y necesaria para la supervivencia. La violencia sádica y gratuita y la agresión injustificada son desgraciadamente atributos propios de nuestra especie, que coexisten y compiten con el simbolismo, el arte, la solidaridad, la ciencia, el deporte y todas las manifestaciones de nuestra cultura. No es fácil erradicar esa violencia de nuestras sociedades, pero saber que no ha sido motor de nuestra evolución ya es un primer paso.

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