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Pequeño elogio de tu olor, ‘Streptomyces coleicolor’

MICROBIOGRAFÍAS // JORGE BARRERO

Pequeño elogio de tu olor es el título de un poema de amor de Jorge Debravo que habla de olores y emociones: "De tierra fresca eres: En la noche/me hueles a terreno trabajado...". El misterioso vínculo entre olfato y sentimientos merece ser tratado en esta sección de Ciencias, sin duda, pero el héroe de hoy no es el artista, sino la musa. Me refiero a Streptomyces coleicolor, un discreto habitante de nuestros suelos que es responsable del olor elogiado por los versos del poeta costarricense.

La tierra mojada huele, en realidad, a geosmina (literalmente, aroma de la tierra), una molécula que esta bacteria con aspecto de hongo libera cuando se encuentra en ambientes húmedos. Conocemos desde hace décadas la fórmula química de la geosmina y, más recientemente, qué genes intervienen en su síntesis. También hemos descubierto que la geosmina, además de inspirar poemas, causa algunos daños colaterales nada despreciables. La presencia de Streptomyces en un viñedo puede estropear el aroma del vino con ese gusto térreo que tanto preocupaba a los protagonistas de Tierra, la película de Julio Medem. Esta misma semana, nuestro conocimiento sobre la geosmina se ha ampliado con la publicación del proceso químico que emplea la bacteria para su fabricación. Sin embargo, su función fisiológica continúa siendo un misterio. Quizá la clave esté precisamente en el olor. En apariencia, ciertos animales, como los camellos, se sirven de la geosmina para detectar zonas húmedas a gran distancia –¡hasta a 80 km en el desierto!–. También algunos insectos y lombrices parecen guiarse por esta molécula para encontrar agua.

La colaboración de Streptomyces con los sedientos no sería gratuita. A cambio, la bacteria se podría valer de estos animales para dispersar sus esporas y conquistar nuevos territorios. ¿Tendrá también nuestra debilidad por el olor a tierra mojada un origen adaptativo? ¿Serán los zahoríes privilegiados olfateadores de geosmina? No lo sabemos. Lo que sí se ha constatado es la impresionante intensidad aromática de esta molécula.

Una sola gota en el centro de un campo de fútbol bastaría para difundir su aroma a miles de personas sentadas en las gradas. Pero hemos empezado con poesía y me niego a terminar con fútbol. Dejemos que otro poeta, el cubano Armando Valladares, refuerce la metáfora futbolística con los versos que escribió desde su cautiverio: "Y de pronto me llega/no sé por qué ranura/no sé por qué intersticio/ese olor agradable/de la tierra mojada/y la aspiro muy hondo/para llenarme bien /porque quizás también/lo prohiban mañana".

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