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El enigma zombi

CIENCIA DE PEGA // MIGUEL ÁNGEL SABADELL

Quién no ha oído hablar de los no-muertos de Haití, los famosos zombis del vudú? Junto con el Yeti, el monstruo del lago Ness, el triángulo de las Bermudas y el truco de la cuerda de los faquires hindúes compite por el premio al fenómeno más famoso sobre el cual no existen evidencias directas de su existencia. La única prueba es una fotografía y el testimonio, en 1937, de la folclorista Zora Neale Hurston, que dio con el caso de Felicia Félix-Mentor, una mujer que murió y fue enterrada en 1907, a la edad de 29 años. Treinta años más tarde, su familia vio en una mujer que vagaba por los campos un parecido notable con su recuerdo de ella y la acogieron en su casa. No dudaron, era Felicia. Les bastó el parecido y su fe inquebrantable en el vudú.

No obstante, la investigación de Louis P. Mars, del Instituto de Etnología de Puerto Príncipe (Haití), demostró que no podía ser ella. Incapaz de comunicarse, malnutrida, con una enfermedad en los ojos que le obligaba a ocultar su cara del sol con una tela negra, Mars le diagnosticó una esquizofrenia. Todas sus respuestas eran ininteligibles e irrelevantes, estallaba en risas sin motivo y hablaba de ella tanto en primera como en tercera persona. Tenía una total perdida del sentido del tiempo y vivía al margen de lo que sucedía a su alrededor.

Pese a la falta de pruebas, el mito del zombi fue creciendo en Occidente. En 1985, el etnobotánico Wade Davis publicaba el libro La serpiente y el arco iris (llevada al cine por el irregular director Wes Craven), donde describía sus aventuras por Haití tres años antes. Como resultado de sus investigaciones, Davis afirmó haber descubierto que el proceso de zombificación dependía de la ingestión de dos tipos de polvos. El primero, que los nativos llamaban coup de poudre, induce un estado parecido a la muerte, donde el ingrediente fundamental es la tetrodotoxina, una sustancia mortal que se encuentra en la delicatessen japonesa fug o pez globo y que aquí es usada en dosis cercanas a las letales. El segundo son alucinógenos disociativos, que dejan a la persona en el clásico estado sin voluntad del zombi.

Davis popularizó así la historia de Claivius Narcisse, que había sucumbido a esta práctica. Sin embargo, existe un considerable escepticismo entre el resto de sus colegas de que realmente sea así y de que, de semejantes polvos, vengan esos lodos. La duda en torno a los zombis vive.

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