La unión

Marcha en Washington por el trabajo y la libertad (1963). Foto: Warren K. Leffler / Congreso de los Estados Unidos.
Marcha en Washington por el trabajo y la libertad (1963). Foto: Warren K. Leffler / Congreso de los Estados Unidos.

Han pasado pocos días desde que se anunciara la victoria de Bolsonaro en Brasil. Una victoria esperada, que por lo menos esta vez sí vimos venir. Llevamos días leyendo análisis sobre cómo este ex militar xenófobo, homófono y retrógrado ha ganado con un 65% de votos en Rio de Janeiro, ejemplo de diversidad en el sentido más amplio de la palabra. Casi todos los análisis explican cómo el populismo ultraliberal de Bolsonaro es la clave. El líder ultraderechista ha ganado porque ha sido listo, está apoyado por el sistema capitalista global y ha manejado bien la desinformación. Pocos son los análisis sobre cómo es posible que el discurso xenófobo pueda seguir ganando espacios porque los que se ven afectados por él y/o se oponen a que vuelva ese monstruo -que hasta hace apenas cinco años parecía extinguido- están desorganizados, anclados en un discurso reactivo absolutamente fraccionado. 

En junio de 2016, por defender posiciones pro migración y a favor de los refugiados, asesinaron en Londres a la diputada inglesa Joe Cox, apenas dos meses antes de las elecciones del Brexit. Era de esperar que esa atrocidad marcara los comicios de algún modo, que sirviera para algo, si un asesinato de ese calibre puede tener algún tipo de efecto, a parte del tremendo dolor que causó. Pero no fue así. Apenas han pasado dos años y esa tendencia llega hasta Brasil, porque parece imposible que pueda avanzar y ganar un discurso que deja muertos de la calidad moral y política de Marielle Franco. Pero está resultando una clave habitual, como si la muerte del talento y los derechos no importara ya. 

Desde luego hay que crear nuevas narrativas, de eso no hay duda. Hay que salir del marco reactivo, hay que conquistar el espacio comunicativo con mensajes nuevos. Tenemos que ignorar a los xenófobos, aunque cueste, para no alimentar sus discursos cuando intentamos rebatirlos. El problema es que para que una nueva narrativa funcione, necesitamos unión. Hay que llegar a un acuerdo de mínimos, hay que encontrar lo que tenemos en común frente a la bestia xenófoba que avanza inexorable.

Para encontrar unos puntos de unión que permitan a una gran cantidad de gente sentirse representada por un único discurso, será necesaria mucha generosidad. Porque estamos en un momento de reivindicación de las identidades individuales sobre las colectivas. Nos gusta ser únicos y vivir a través de esa unicidad. Pero si queremos conseguir la igualdad de derechos para todas las personas, tendremos que encontrar un estribillo común que tararear todas juntas. Aquí siempre debemos recordar que los derechos individuales son muy frágiles: los derechos o son de todas las personas o al final acaban siendo solo de una élite. Y finalmente, debemos recordar que el "amor", dentro de su acepción más holística, ha sido un buen vehículo para grandes movimientos sociales. Que no nos lo arruinen con palabras como "buenismo". Históricamente no ha habido líderes y movimientos más potentes y duraderos que los de Gandhi, Nelson Mandela o Martin Luther King.