Cuidado colectivo: una herramienta contra el aislamiento y la precariedad

Empleadas domésticas en España. Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Empleadas domésticas en España. Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Martina Madalua Munt

  • La mayoría de mujeres que no han podido regularizar su situación legal se ven forzadas a trabajar en la economía sumergida, muchas como internas
  • Las largas horas de trabajo mal remunerado y el agotamiento físico dificultan la participación en la vida social comunitaria
  • La casita de Mujeres Pa’Lante ofrece apoyo legal, laboral y social a mujeres migrantes y las ayuda a crear redes socio afectivas para hacer frente al aislamiento social

Ivonne, Helena, Jessica y Liseth pasan las pocas horas libres de su día sentadas en el banco de un parque de Hospitalet de Llobregat. Allí comentan si el abuelo al que cuidan ha empeorado o no, si el niño malcriado hoy se ha portado mejor o bien si sus hijos van un poco mejor en la escuela. Ellas me cuentan lo triste que las pone ver abuelos a los que ningún miembro de la familia visita en meses. Ellas son las que han tomado las riendas del cuidado en nuestra sociedad. Sostienen las vidas de nuestras familias para a su vez poder sostener las de las suyas, mandando dinero y ejerciendo de madres e hijas a distancia. Ellas son las que nos cuidan, y lo hacen solas, sin ayuda, porque el cuidado, especialmente el cuidado colectivo, ha pasado a un segundo plano en la escala de prioridades occidentales. Las largas horas de trabajo mal remunerado y el agotamiento físico les dificultan mucho la participación en la vida social comunitaria. Sin embargo, no se han sometido al mecanismo opresivo de la soledad. Entre amigas, mujeres de todos los rincones del mundo, se escuchan, se apoyan y comparten las tardes que sus horarios laborales les permiten, sentadas en ese parque de Hospitalet.

Las mujeres migrantes representan un 60% de las trabajadoras del hogar y los cuidados en España según cifras de la UGT, aunque el número aumenta si se considera también todas aquellas que ya han conseguido tramitar la nacionalidad española, las que no tienen papeles y las que trabajan sin contrato, con lo que los números podrían ser muy superiores. Debido a que la conocida como ley de extranjería fuerza a las personas migrantes a permanecer en territorio español tres años antes de poder regularizar su situación legal, la mayoría se ven forzadas a trabajar en la economía sumergida. En el caso de las mujeres, tal situación de vulnerabilidad motiva la elección de muchas de ellas de trabajar como internas.

Este régimen laboral se caracteriza tanto por la falta de regularización como por su invisibilización. Esto conlleva que en la mayoría de los casos no se respeten las horas de descanso o la remuneración mínima que, en muchas ocasiones, no supera los 700€ al mes. Pese a estas condiciones, un gran número de mujeres migrantes que se dedican al régimen de internas coinciden en que la mayor dificultad a la que se enfrentan es el aislamiento social. Esta sensación, sumada al agotamiento físico y emocional, hace que en los escasos momentos de descanso muchas trabajadoras internas no tengan ganas o energía para socializar. Además, en ciertos casos se les prohíben las llamadas a sus familias para "favorecer el rendimiento" o, simplemente, para no despilfarrar con internet.

Estas mujeres, garantes de nuestro sistema de cuidados a costa de su propio aislamiento social, logran sobrevivir a situaciones de abuso laboral, sentimental y sexual mediante la reciprocidad y el cuidado colectivo.

En la Calle de la Creu Roja de Hospitalet de Llobregat se encuentra "la casita" de Mujeres Pa’Lante, una asociación que brinda información y apoyo legal, laboral y social a mujeres migrantes. Entre otros, ofrecen un curso de atención socio sanitaria para mujeres que quieran abrirse puertas en el mundo de los cuidados. El primer día de clase, muchas de las alumnas no se conocen entre sí, algunas hace pocos meses que han llegado a Barcelona, han viajado solas o trabajan tanto que apenas ven al hijo o hija con quien han viajado. La mayoría son madres solteras y, casi siempre, su primer trabajo ha sido de internas. Además de aprender las dosis necesarias de Dopamina para tratar los temblores del Párkinson, el principal objetivo de estos cursos es reunir a las mujeres migrantes para que puedan crear redes socio afectivas y, así, hacer frente al aislamiento social. Estas mujeres, garantes de nuestro sistema de cuidados a costa de su propio aislamiento social, logran sobrevivir a situaciones de abuso laboral, sentimental y sexual mediante la reciprocidad y el cuidado colectivo.                          

Espontáneamente, antes y después de las clases en Mujeres Pa’Lante, las alumnas se reúnen en el parque de la Marquesa donde se organizan desde sesiones de ejercicio y baile a largas charlas acompañadas de helado y pipas. Desde la terminología occidental, el autocuidado se ha entendido como un modelo en la cual el tiempo de descanso se convierte en tiempo de auto conservación del individuo para poder gestionar mejor el volumen de trabajo, tanto productivo como reproductivo. Es decir, mejorar la condición física y mental para así poder afrontar más trabajo. Al contrario, esas sesiones de charlas y ejercicio colectivo se basaban en el cuidado mutuo ofreciendo un bienestar físico y gratuito para todas, así como apoyo emocional y social. 

Desde la terminología occidental, el autocuidado se ha entendido como la mejora de la condición física y mental para poder afrontar más trabajo. Al contrario, esas sesiones de charlas y ejercicio colectivo se basan en el cuidado mutuo ofreciendo bienestar y apoyo para todas

En estos tiempos en los que todos nos encontramos aislados, manteniendo la distancia entre unos y otro, creo necesario reflexionar y recordar cuán importante es el cuidado colectivo para vencer mecanismos opresivos de individualidad competitiva, gritos por la ventana y abuso policial. Cuando estos días llamo o pregunto por los grupos de WhatsApp cómo están viviendo el confinamiento las mujeres que nos cuidan, me cuentan sus estrategias para compartir comida, cuidar de los hijos de las que tienen que ir a trabajar, repartir mascarillas e instrucciones sobre cómo hacerlas en casa, o medidas de acogida para aquellas que, trabajando de internas, ahora se han quedado sin techo. En varias ciudades del Estado los colectivos de mujeres migradas empleadas del hogar y los cuidados están autogestionando redes de colaboración y apoyo colectivo para dar una respuesta solidaria a aquellos más afectados por el confinamiento y la precariedad resultante de este. Así, desde Mujeres Migrantes Diversas, la Red de Migración Género y Desarrollo, el Sindicato de Mujeres Cuidadoras sin Papeles y la Red de Cuidados Antirracista, entre otras, se han puesto en marcha cajas de resistencia basadas en donaciones para asumir alquileres y alimentación de quien no pueda pagarlos, además de organizar recogidas de alimentos y productos de higiene. Sin embargo, la ley mordaza ya ha sido aplicada más de una vez a la Red de Cuidados Antirracista, siendo multada por la guardia urbana.

Es necesario reflexionar y recordar cuán importante es el cuidado colectivo para vencer mecanismos opresivos de individualidad competitiva, gritos por la ventana y abuso policial

Las metáforas militaristas que nos rodean estos días para explicar la crisis del coronavirus están viendo una alternativa en las iniciativas de resistencia colectiva basadas en redes de apoyo y cuidado comunitario proveniente, en gran parte, de colectivos migrantes. Reivindicar el cuidado y atribuirlo al bien común es, no lo olvidemos, la lucha que más debemos ensalzar. Debemos cuidar a quien nos cuida pero también aprender de ellas para evitar la violencia y buscar el afecto, aunque por ahora sea a dos metros de distancia.