Cuando todos te ponen la pierna encima

Una investigación confirma el maltrato sistemático y sistémico que sufren los jóvenes sin padres que se ven obligados a migrar. IGNACIO MARÍN (CEDIDA)
Una investigación confirma el maltrato sistemático y sistémico que sufren los jóvenes sin padres que se ven obligados a migrar. IGNACIO MARÍN (CEDIDA)

La juventud es un divino tesoro pero también una especie de maldición. En una sociedad cada vez más envejecida y llena de miedos, los jóvenes empiezan a ser percibidos como una amenaza en lugar de como una esperanza. Tienen espacios para expresarse pero estos están fuera del sistema, son burbujas en redes sociales donde se comparte la información hecha por y para ellos. En los sitios donde se genera el debate público para las grandes audiencias los jóvenes no tienen casi cabida. Eso hace que la narrativa que define a la juventud esté apoyada en historias negativas que empiezan por el abuso de las nuevas tecnologías y acaban en reportajes de sucesos, con muerte y agresiones de por medio. Queda un hueco para las historias de excepcionalidad que protagonizan jóvenes intachables y perfectos que son ejemplos a seguir. La gente joven común no tiene espacio.

Este panorama común a todas las personas adolescentes y jóvenes se torna aún más adverso cuando se trata de jóvenes extranjeros que llegaron a nuestro país siendo menores de edad y sin sus padres. Este es uno de los colectivos menos querido por nuestra sociedad. En ellos se juntan todos los males que incluyen racismo, xenofobia y miedo, entre otros. Gran parte de esa percepción tan negativa viene generada de campañas de desprestigio que han liderado medios y periodistas poco informados y sensacionalistas, y por nuestro partido ultraderechista nacional.

Del mismo modo que mucha gente piensa que unos extraños pueden okupar su casa sin consecuencias si se van a pasar un fin de semana al pueblo, también mucha gente cree que estos jóvenes son todos iguales y son todos malos. Eso crea un marco narrativo hegemónico que no solo marca la vida diaria de los jóvenes, sino que también frustra sus ilusiones e influye en su autopercepción. Esto no me lo estoy inventando, sino que es el resultado de una investigación de varios meses realizada por la investigadora Rachel Pak para un trabajo que hizo como estudiante de la Universidad de Harvard, en coordinación con la Fundación porCausa. El informe final, no deja lugar a dudas: la narrativa que se ha creado justifica un maltrato sistemático y sistémico de estos jóvenes que va desde la policía y personas comunes en espacios públicos como el metro o un parque, hasta bots desde las redes sociales.

La respuesta de este colectivo es múltiple. Algunos chavales se despojan de su identidad de origen para no parecer "MENAS", acrónimo de Menores No Acompañados. Se cambian la ropa, se alisan el pelo, disimulan su acento para no parecer extranjeros. También muchos se aíslan de sus grupos de amigos originales y en muchos casos se quedan solos. Tiran como titanes para sobrevivir sin ayuda en un entorno hostil, en el que estiman que solo depende de ellos que todo vaya bien. En algunos casos se rompen en pedazos y acaban haciendo lo que todos los jóvenes que no soportan la presión hacen, es decir, caer en espacios oscuros de los que luego es muy difícil salir.

Desmontar esta imagen es casi imposible con los recursos que cuentan. Sin acceso a soportes de alto alcance mediático, en general somos otras personas las que hablamos de ellos, despojándolos de su agencia y aumentando el espacio de otredad, 'ellos' vs 'nosotros'. Al final, en su caso, todo es un trabajo de pico y pala y cercanía que les consigue apoyos inquebrantables, como el mío. Me resulta imposible no querer y admirar a la mayoría de estos chavales con los que he tenido contacto. Han sido tan valientes y se les ha cobrado tan caro el atreverse a emprender un viaje para descubrir y mejorar. Para hacer lo que todas querríamos para nuestros hijos –tener la oportunidad de estudiar y trabajar en otro país, por ejemplo– estos chicos se han tenido que jugar la vida. Y ahora tienen que sufrir el desprecio y en muchos casos el odio injustificado de nuestra sociedad.

Durante los últimos años he tenido acceso a muchísimas personas y familias que han estado en procesos de acogida familiar de estos jóvenes, como Emilia de "Somos acogida" Esperanza de "El abrazo de Damietta". La mayoría de los relatos son maravillosos, con historias de enriquecimiento mutuo, comunidad, familia y amor. Y los resultados son jóvenes fuertes y emprendedores que consiguen las dos cosas que buscan cuando llegan a nuestro país tras recibir los papeles, que son: poder ir a visitar a su familia y trabajar. La realidad es que en cuanto les quitan la pierna de encima, levantan la cabeza alto. A eso deberíamos aspirar como sociedad: a tener una juventud que en su conjunto forme parte de los espacios de debate público, esté ilusionada y orgullosa, y nos ayude a seguir mejorando, como siempre sucedió antes.