Con negritas

Iberia: lo que va de ayer a hoy

Iberia ha pasado, en poco más de cuatro meses, de comprable a compradora. Si hace un año la prioridad de su núcleo duro era vender, la tortilla se ha dado la vuelta desde que Caja Madrid tomó las riendas de la compañía en noviembre.

La compañía española de bandera está inmersa ahora en dos operaciones de gran calado que, si finalmente se consuman, aumentarán su presencia en los cielos de forma considerable: la adquisición de Spanair y la fusión de su filial de bajo coste Clickair con Vueling.

En la primera de ellas, aunque hay otras candidatas, Iberia es la que tiene más papeletas para llevarse el gato al agua. Sus rivales, la pequeña aerolínea Gadair y el controvertido fondo de inversiones portugués Longstock, no demostraron una gran consistencia cuando se presentaron juntos al concurso abierto por SAS, propietaria de Spanair, y ahora que han decidido ir por separado la desconfianza que despiertan es aún mayor.

El matrimonio de Clickair con Vueling está más claro aún. La brutal batalla que han librado, al menos hasta ahora, sobre todo en materia de precios, ha dejado para el arrastre sus respectivas cuentas de resultados, en medio del regocijo de sus competidoras extranjeras, la británica Easyjet y la irlandesa Raynair, campeonas de los vuelos baratos en España a día de hoy.

Si llega a un acuerdo con SAS, Iberia no sólo ganará volumen (Spanair es la segunda del sector), sino que afrontará con mejores pertrechos uno de sus grandes retos: darle contenido suficiente a la T4 para rentabilizar la cuantiosa inversión realizada. El centro de operaciones de Spanair está ahora en El Prat, pero es altamente probable que pasara a Barajas, lo que explica las fuertes reticencias del gobierno catalán hacia esta opción.

La fusión con Vueling ayudará a atenuar las pérdidas de Clickair (alrededor de 50 millones de euros el año pasado), y además Iberia podrá sacar tajada de la empresa resultante si, como todo parece indicar, se convierte en su proveedor de servicios en tierra.

La gran amenaza que se cierne sobre este prometedor esquema es, naturalmente, su posible choque con las autoridades de defensa de la competencia, que podrían obligar a Iberia a renunciar a parte de los activos que haya sumado al final del proceso.

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