Consumidora pro nobis

Profesiones con futuro

Una de las más gratas sorpresas de la infancia era darnos cuenta de que ciertas actividades con las que disfrutábamos podían convertirse, una vez llegados a la temida pero deseada vida adulta, en profesiones reales. Así, el que hacía los dibujos para el resto de la clase sin apenas esfuerzo hoy probablemente trabaje en diseño web, y la que era fan de perros y otras mascotas, ejercerá ahora como veterinaria. ¿Pero, y aquellos que no se divertían destripando mejillones en clase de ciencias, ni tocando la flauta Honner de plástico pero a cambio comenzaban a acumular ropa y adminículos? Ellos también están de suerte; el capitalismo tardío tiene para ellos la profesión idónea: personal shopper.

El personal shopper nace pero también se hace, previo pago de más de dos mil euros en una escuela de formación. Además de acompañar a sus clientes a comprarse ropa, los shoppers revisan sus armarios y les sugieren que se deshagan de aquellas prendas que no les favorecen. En principio, nuestro comprador personal sólo nos asesoraría en temas de ropa, peinados y complementos, un servicio bastante reducido si lo comparamos con el que les proporcionaba Hugh Grant a Woody Allen y Tracey Ullman en Granujas de medio pelo. Las peticiones de sus neorricos clientes incluían recibir asesoramiento sobre arte y alta cultura y aprender a deletrear correctamente la palabra "Connecticut".

En ese punto no nos vendría mal copiar las propuestas de Woody, pues si el personal shopper de la vida real no se atreve a corregir nuestros usos del lenguaje, esos "ejques" madrileños y esos laismos y leismos perdurarán durante décadas por más que nuestras sandalias de Gucci hagan juego con el maxibolso de charol de Miu-Miu, y eso sí que sería una tragedia.

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