Punto de Fisión

La nada en el Senado

Siempre que veo una imagen del Senado me acuerdo de aquella frase abstrusa de Heidegger: "la nada nadea". No la entendía, por más vueltas que le daba, hasta el día en que vi una foto de un pleno en el Senado como viene siendo habitual: docenas y docenas de asientos vacíos y, aquí y allá, cimbreantes cual palmeras en el Sahara, un par de cabezas inclinadas (aunque uno no pudiera estar seguro de que al final no fuesen recortables). Entonces entendí de inmediato la sentencia de Heidegger y acto seguido empecé a interrogarme sobre el significado de la palabra "pleno". Así es la filosofía, cada duda lleva implícita al menos dos dudas. Yo ignoraba que un pleno pudiese estar vacío. A lo más que llegué fue a establecer una conexión entre el término "pleno" y una partida de bolos, que era el lugar donde seguramente estaban reunidos los senadores.

Una votación en el Senado es la ilustración perfecta de aquella gracia de Macedonio Fernández, quien una vez explicó así la escasa afluencia de público a una de sus lecturas: "Vino tanta gente a mi conferencia, pero tanta gente, que si falta uno más, no cabe". Los periodistas incautos que acuden por primera vez a un pleno del Senado deben sufrir la impresión de que se han equivocado de hora, de día o de que la votación está teniendo lugar en el bar de la esquina, en un universo paralelo o bien en un grupo de uasap.

A un senador no recuerdo ahora de qué partido y no sé bien de si por Cuenca, por Logroño o por Albacete (probablemente él tampoco se acuerde), le preguntaron una vez cómo es que llevaba arrasando en sucesivas elecciones si en aquella provincia no había dado un mitín jamás ni le habían visto el pelo por lo menos en una década. "Pues por eso, hombre, precisamente por eso". El procedimiento en el Senado suele ser el mismo que el que usaban aquellos extras de cine en El viaje a ninguna parte, que en cuanto el director gritaba: "¡Acción!", se escondían detrás de una columna, se parapetaban en una esquina, se tapaban con el periódico y en el plano final no se atisbaba ni una jeta humana. Ese era el truco, porque si te veían aparecer mucho por la pantalla, ya no te volvían a llamar a un casting. "Yo he salido en más de cincuenta películas" decía muy ufano uno de los extras, "y todavía nadie me ha visto la cara".

Los senadores son los extras de la política, ni siquiera los sufridos secundarios ni los actores de carácter, sino el relleno de aire, los agujeros del queso. Así se explica que casi siete mil preguntas anden revoloteando por ahí desde hace meses, ya que don Pío García Escudero, presidente de la Cámara, no ha tenido ocasión en casi dos meses de no reunir a tanta gente. "Es muy difícil ponernos de acuerdo" explica un senador "porque casi siempre hay alguien que mete la pata y viene". Lo cierto es que el verdadero misterio es cómo demonios pueden formularse siete mil preguntas desde la nada cuando en el Senado todo se reduce a una sola cuestión: "¿Qué hay de menú?"

 

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