Punto de Fisión

A pasarlo bomba

En el libro de viajes más divertido que yo haya leído, En las antípodas, Bill Bryson cuenta la historia de la bomba atómica que explotó en medio del desierto australiano y únicamente los sismógrafos registraron el evento, aunque no pudieron certificar la explosión hasta pasados varios meses. Fue, que se sepa, el único artefacto nuclear de fabricación casera hasta la fecha, obra de un grupo terrorista japonés, y Bryson usaba la noticia para dar idea de la inmensidad del outback. Corea del Norte parece un furúnculo al lado del continente australiano, por lo que el movimiento sísmico que tuvo lugar el pasado miércoles ha alertado a la comunidad internacional después de que el líder supremo, Kim Jong-un anunciase que acababan de detonar con éxito una bomba H. Que no eran gases.

Desde el peinado hasta las uñas de los pies, Kim Jong-un representa a la perfección la enésima reencarnación de Fu-Manchú, el archivillano oriental que sueña con sojuzgar el mundo libre. A Kim Jong-un le cuadra como una alcayata aquella anécdota de Mao Tse-Tung, quien, cuando Kruschev fue a advertirle que, en caso de una guerra nuclear, los vivos envidiarían a los muertos, replicó con una sonrisa: "Estos rusos, qué gallinas son". Kim Jong-un es el Joe Pesci de la política internacional, aquel energúmeno que se paseaba por los casinos de Las Vegas como un granjero exprimiendo gallinas y recolectando huevos. Nicky Santoro apenas levantaba metro y medio del suelo pero a la mínima te embutía por el ojo un bolígrafo.

Otros países exportan petróleo, tecnología o naranjas, pero Corea del Norte prefiere exportar miedo, una mercancía siempre al alza en los mercados. El petardo nuclear que supuestamente ha estallado en Kilju (que es el lugar donde los norcoreanos organizan estas verbenas) ha acojonado a los países limítrofes y vecinos porque cuando el líder supremo tose en Pyongyang se le atraganta el desayuno al inquilino de la Casa Blanca. El miedo, sin embargo, no se exporta así, a lo bruto; hace falta refinarlo y procesarlo como el aceite de oliva. Por eso la masacre que está cometiendo estos días el ejército turco en el Kurdistán, ante el beneplácito y el bostezo de la Comunidad Europea, no vende ni una triste línea en los periódicos e informativos occidentales. Mil muertos kurdos venden mucho menos que una docena de palestinos pero haría falta un genocidio para que movieran la mitad de titulares que un atentado en París. Es mucho mejor abrir las portadas con el flequillo de Kim Jong-un, que cada vez que abre la boca dispara la venta de calzoncillos.

Con todo, habría que recordar que, de los miles de hongos nucleares que han florecido por la superficie terrestre, las dos únicas veces que estallaron sobre gente inocente fue en Hiroshima y Nagasaki, de parte del mundo libre. Da mucho miedo pensar que los cinco países que disponen de un amplio arsenal termonuclear -Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia- son los únicos que han firmado el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares. Sí, pero también da mucha risa.

 

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