Punto de Fisión

La casta, la rasta, la caspa

Ha sido cuestión de tiempo que de la Casta pasáramos a la Rasta. Lo malo es que en medio queda la Caspa. En España la conquista del centro -desde las entradas a la nuca, desde la a izquierda de baja alcurnia hasta la derecha de alta estofa- es la historia de la colonización de la caspa. Nuestra democracia siempre estuvo atenta a las cuestiones capilares hasta el punto de que puede resumirse mediante un riguroso estudio cosmético de nuestros presidentes. Lo normal sería analizar la cabeza, los pensamientos, los programas, la ideología, pero aquí conviene no profundizar porque a la primera palada te topas con una cuneta. Además, según los expertos del CSI, basta con analizar unos cabellos para extraer el ADN y buena parte de la personalidad.

De manera que primero fue el estupendo tupé de Adolfo Suárez al que siguió el flequillo frondoso y estudiadamente rebelde de Felipe González. Es cierto que en medio se interpuso la calva erudita de Leopoldo Calvo Sotelo, pero fue un intermedio breve que intentaron acortar aun más los bigotazos de la guardia civil y del ejército, siempre preocupados porque en este país nadie se pase un pelo. Jose Mari gastaba un señor pelazo, tan sedoso y brillante que una directora de la CIA llegó a preguntar qué champú usaba. José Luis, en cambio, nunca tuvo ese problema porque su estilismo era más de cejas.

Con Mariano la cosmética devino finalmente en disfraz, una aglomeración de vellos mesetarios y lentes cantábricas, un telón necesario para distraer del hecho de los cientos de imputados que se esconden bajo sus barbas. El miércoles, al aparecer varios rastafaris con el carné de diputados desfilando por el hemiciclo, muchos de nuestros políticos de toda la vida se llevaron mano a la cartera, juzgando el libro por las tapas, como suele ser habitual en nuestros críticos. Ninguno de los alarmados cayó en la cuenta de que los delincuentes más peligrosos suelen vestir traje y corbata y de que el único acusado formalmente del delito de formar una organización criminal era Gómez de la Serna, diputado electo por Segovia y respaldado por la Audiencia Nacional.

Una de las críticas principales de Podemos a la casta tradicional es el feo hábito de las puertas giratorias, esa mala costumbre de empalmar una trayectoria de servicio público con un enchufe en Telefónica, en Gas Natural o en Endesa. Para evitarla, el PP ha decidido usar un atajo cavando un hoyo inverso al túnel del Chapo Guzmán en México: del ministerio (o de la banca) al trullo, como sucedió con Matas, y como se anuncia ya con Rato y con Blesa, para quienes la Fiscalía pide respectivamente cuatro años y medio y seis años entre rejas. Ver desfilar por el patio de la cárcel al artífice de la bonanza económica popular y al banquero que colgó una cabeza de juez entre sus trofeos de caza sería un espectáculo casi inconcebible, pero de seguir la justicia a este paso la prisión va a parecer el Congreso de los Diputados. A Celia Villalobos el Congreso le recuerda una sucursal de Alcalá-Meco o un comedor del Auxilio Social y ha pedido una remesa de champú antipiojos para la próxima legislatura. Del anticaspa, no sabe, no contesta.

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