Punto de Fisión

En pie, gastronómica legión

En pie, gastronómica legión En pie, gastronómica legión

Imagino que debe de haber varias cuartetas de Nostradamus dedicadas a las caceroladas fachas del barrio de Salamanca y su más que previsible extensión por otras zonas de la capital. Los expertos no han dicho nada al respecto pero es un hecho que la capacidad de contagio de la gilipollez resulta muy superior a la del coronavirus. Cuando las élites del rolex y el Mercedes -la gente más rica y egoísta del país- salen en tromba a defender sus privilegios en mitad de un estado de alarma significa que el mundo está manga por hombro y la humanidad a dos pasos de la extinción total. Es un ejemplo perfecto de la teoría del caos y del efecto marisopa: un murciélago agita sus alas en Wuhan y un montón de memos en mocasines sale a hacer la revolución Louis Vuitton en Núñez de Balboa. Menudos cristianos están hechos, que su mano derecha no sabe lo que hace su mano derecha.

Mención aparte y una cuarteta para él solo se merece el señor que se paseó por el centro de Santander montado en un descapotable con chófer y megáfono mientras gritaba "comunistas, asesinos" y "gobierno dimisión". Era la versión premium del tapicero atronando las calles ("Señora, ha llegado el tapicero"), el afilador de un apocalipsis de lujo avisando del final de los tiempos con inequívoco sabor español. Hace tres meses, cuando apenas había unas cuantas docenas de muertos contabilizados, las manifestaciones feministas del 8-M fueron puestas en la picota por el riesgo en que habían puesto a la población; ahora, con docenas de miles de cadáveres y un ejército de sanitarios exhaustos, la revuelta de los señoritos ha dado al traste con todas las previsiones de la lógica, la epidemiología y el sentido común. Está claro que contagiarse es cosa de pobres.

A todo esto, las señales apocalípticas se suceden una detrás de otra: desde una serie de erupciones volcánicas generalizadas por todo el planeta hasta un meteorito que pasó despeinando la órbita terrestre el 29 de abril. Lo último en escatología cósmica es una alerta de la NASA que advierte de los riesgos que podría acarrearnos la mínima actividad solar registrada en los últimos meses: sequías, hambrunas, cambios climáticos drásticos y más volcanes en erupción. Sin embargo, de inmediato, voces autorizadas dentro de la propia agencia espacial aseguran que el peligro se ha exagerado mucho y que estos procesos de falta de manchas solares se producen aproximadamente una vez cada década. Da la impresión de que el apocalipsis maya se ha retrasado ocho años, pero podemos estar tranquilos: con el coronavirus ya tenemos bastante.

Aun así, resulta preocupante que, mientras la economía mundial sufre un batacazo de órdago, el sol también haya entrado en recesión, que es como los astrónomos denominan a este curioso fenómeno del mínimo solar. Quienes no somos duchos en astronomía -es decir, prácticamente todos salvo Pedro Duque y unos pocos más- creíamos que el sol era una fuente inagotable de energía, pero resulta que no, que también tiene sus períodos de vacas flacas y sus crisis cíclicas, otra metáfora perfecta del capitalismo triunfante quemando etapas hacia la entropía final. Hasta el sol se enfría, sí, teníamos que haberlo visto venir al contemplar al tapicero millonario en su descapotable, al Cojo Manteca resucitado en modo cayetano y a toda la marabunta de pijos engominados españolizando el mayo francés. En pie, gastronómica legión.

 

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