Punto de Fisión

Esto no es la Cañada Real

Esto no es la Cañada Real

Si yo fuese un periodista, a lo mejor escribía un reportaje sobre la Cañada Real, pero ahora está muy difícil llegar hasta allí y además hace un frío que pela. Afortunadamente, me dedico al columnismo y ni siquiera tengo que bajar a la calle para informales de las dificultades de ir a comprar el pan patinando sobre hielo o de lo divertido que es participar en una batalla de bolas de nieve en la Gran Vía. La distancia que hay entre la experiencia de congelarse vivo en una chabola hecha de cartón y la experiencia de escribir o leer tranquilamente sentado junto un radiador con los pies enfundados en unas pantuflas es prácticamente insalvable, así que lo mejor es no intentar salvarla de ninguna manera.

Antes el periodismo se dedicaba a informar sobre cosas así, a hablar del mundo que no veíamos por la ventana, a hacer que por unos minutos compartiéramos la desgracia de la gente que no tiene nada o casi nada. Pero el periodismo está en crisis desde hace muchos años, quizá la empatía y la compasión también: no poseemos suficiente ni de una ni de otra para imaginar lo que debe de ser vivir hacinados junto a una estufa de gas, en una habitación con las paredes agrietadas y una ventana rota. Bastante desgracia es la brutal subida del recibo que sufrimos en plena nevada como para preocuparnos de que en la Cañada Real les hayan cortado la luz desde octubre a cuatro mil personas que sobreviven en condiciones infrahumanas.

No voy a contarles que el Tercer Mundo está a tan sólo 14 kilómetros de la Puerta del Sol, un Tercer Mundo camino del Cuarto o del Quinto, con casi dos mil niños abandonados a su suerte, porque eso sería hacer demagogia barata, lo mismo que si me pusiera a escribir de los sueldos estratosféricos de esos directivos de las grandes hidroeléctricas: los tipos que ganan diez o quince mil euros diarios y con cuya paga semanal bastaría para dar calor a todos esos desgraciados el invierno entero. Tampoco voy a explicarles cosas que seguramente ya saben, como que la Cañada Real es el mayor asentamiento ilegal de Europa y que en las últimas décadas ninguno de los gobiernos, autonómicos y nacionales, ha tenido un minuto para preocuparse de este agujero perpetuo en el tejido social por unas cosas y por otras.

El alcalde asegura que es un asunto policial, el jefe de policía espera la orden del ministro del Interior, el ministro de Transporte discute con el de Industria y Energía, el gobierno autonómico con el nacional y de este modo nuestros políticos practican el anarquismo de alto nivel y se van lavando las manos desde Navidad para evitar problemas con el coronavirus y así tenerlas limpísimas cuando llegue la Semana Santa, al estilo de Poncio Pilatos. Más demagógico aún sería comparar la situación de la Cañada Real con las de esos campamentos de refugiados en Grecia y en Turquía, donde todos son extranjeros y muchos de ellos musulmanes, y a nadie le importan porque no tienen papeles y además están demasiado lejos. En la Cañada Real, sin embargo, la miseria y el frío campan por sus respetos: para Vox no son lo bastante españoles, para Podemos no son lo bastante exóticos, y para el PP y el PSOE, qué les voy a contar que ustedes no sepan. Por eso mismo no escribo sobre la Cañada Real, porque ni soy periodista ni entiendo de estas cosas.

 

Más Noticias