Punto de Fisión

Yo soy Bárcenas y mi mujer también

Yo soy Bárcenas y mi mujer también

Bárcenas lleva amenazando con tirar de la manta aproximadamente desde el día en que lo enchironaron y a estas alturas ya nadie le hace mucho caso: ni Esperanza Aguirre, ni Mariano Rajoy, ni el PP en bloque, ni la manta, ni, desde luego, los jueces, que emplean con él una paciencia infinita y agropecuaria, como si en su vida hubiera entregado un sobre. Empieza a hartar incluso a la prensa, que oye la enésima advertencia de tirón de manta y prepara el enésimo titular que va a quedarse en agua de borrajas. Recuerda el cuento aquel de que viene el lobo pero sin venir y sin lobo, todo cuento, una canción que suena ya rancia y repetitiva, los 40 principales de Bárcenas. Dan ganas de ponerse chulo, como Mr. Blonde en Reservoir Dogs, y preguntarle a Bárcenas: "¿Vas a ladrar todo el día, perrito, o vas a morder?"

Para tomarse en serio una amenaza hay que plantar la pasta encima de la mesa, igual que en el póker Texas Hold’em sin límite o que aquel día que enviaron a un cura con una pistola a la casa de Bárcenas, un cura falso con una pistola que no pegaba ni un tiro, pero que llevaba encima una amenaza de verdad: ponte a cantar y verás lo que le ocurre a tu familia. Tonterías las justas con esta gente, que después te encuentran suicidado con una escopeta de caza, muerta de un infarto de miocardio o caído en un barranco con una moto, así hasta completar la quiniela de catorce cadáveres de la trama Gürtel. Mucho antes del coronavirus, la podredumbre del PP empezó a hacer estragos entre los afectados y para esta plaga todavía no se conoce cura ni vacuna ni mascarilla ni protección, excepto cerrar muy fuerte la boca.

Con la trama Gürtel bien podía rodarse un spin-off de aquel curioso programa, Mil maneras de morir, en que la gente iba palmando de formas absurdas, rocambolescas e inverosímiles: un joven que se ponía a dar saltos en la cama y se precipitaba desde el piso noventa de un rascacielos o una mujer que se atragantaba con el tanga comestible de su novia. Mi favorita, no obstante, sigue siendo la del tipo que quería vengarse de su ex, acudía de invitado a su boda, intentaba que el camarero pusiera un laxante para vacas en la copa de ella, el camarero se lo echaba en su propia copa mientras él estaba distraído, le entraban unos retortijones terribles en medio del discurso, iba corriendo al servicio, lo encontraba cerrado, salía a la calle desesperado, no veía más que un bidón en mitad del campo, se subía al bidón a modo de orinal gigante, descargaba entre retortijones espantosos, se escurría dentro del bidón, el bidón empezaba a rodar cuesta abajo y él acababa aplastado bajo las ruedas de un camión y lleno de mierda y sangre hasta las cejas. Casi parecía un avance de la trama Gürtel.

Bárcenas está intentando jugar de farol al estilo de la URSS contra EE UU durante las cuatro décadas de la Guerra Fría, amagando con desatar un infierno nuclear a la primera de cambio cuando en realidad los rusos apenas llevaban una pareja de cuatros. En ajedrez hay un principio que asegura que la amenaza es peor que la ejecución de la amenaza, pero después de siete gatillazos ni la manta ya da más de sí, ni el ultimátum puede tomarse en serio. Ladra, chucho, que no te escucho. A Bárcenas sólo le queda aguantar a la sombra mientras espera un indulto caído del cielo, en cuanto sus colegas recuperen el poder, y entonces repetir aquella frase de La vida de Brian, cuando los romanos empiezan a preguntar entre los crucificados: "Yo soy Bárcenas y mi mujer también".

 

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