Punto de Fisión

Gru 4, mi villano ruso favorito

El presidente ruso, Vladímir Putin, sonríe durante una rueda de prensa. Imagen de archivo. EFE/Yuri Kadobn
El presidente ruso, Vladímir Putin, sonríe durante una rueda de prensa. Imagen de archivo. EFE/Yuri Kadobn

La historia del espionaje ruso moviendo los hilos del movimiento independentista catalán daría para una superproducción en varios idiomas y en dibujos animados, aunque Putin, Puigdemont y Rajoy, entre otros, podrían salir en carne y hueso, al natural, haciendo las cosas que hacen y diciendo las cosas que dicen, y ni siquiera iban a necesitar doblaje. Cabría incluso la posibilidad de que la película se titulara GRU (las siglas en ruso de Departamento Central de Inteligencia de las Fuerzas Armadas Rusas), siempre y cuando se pidiera permiso a la Universal, dueña de la franquicia, para llamarla "Gru 4, mi villano ruso favorito".

Alguien dijo que el idioma castellano, al reflejarse en un espejo, sale prácticamente traducido al ruso, pero en realidad se quedaba corto: no sólo el castellano, sino también el catalán. Incluso al oído poco entrenado el ruso suena un poco a la música del castellano, si el hablante ha ingerido la suficiente cantidad de vodka, o bien de cazalla, en caso de que el oyente fuese de Moscú. Todo el mundo conoce la alarmante facilidad de los eslavos para aprender idiomas, a pesar de que, por esos misterios del doblaje, los rusos siempre salgan farfullando con un acento odioso, como si les acabasen de operar de la mandíbula y aún tuviesen la boca anestesiada.

La cazalla no sé, pero no hay duda de que el vodka posee un poder de transformación terrible, como apunta mi añorado amigo Eduardo Chamorro en su libro Galería de borrachos, donde relata la historia de aquel tipo que se metió treinta y tantos chupitos seguidos entre pecho y espalda, cayó en un coma letárgico de dos días y se despertó hablando en una lengua muerta. Me contaron que otro buen amigo, Juan Antonio Sanz, quien fue corresponsal de la agencia EFE en Moscú muchos años, pilló en medio de una fiesta una borrachera de vodka tan fenomenal que de repente se creía otra persona -probablemente un espía ruso-, empezó a ponerse violento y varios amigos tuvieron que sujetarlo bien hasta que se le pasara la metamorfosis.

Es posible que, para desenmarañar el follón tremendo del procés catalán, no sólo sea necesario recurrir al GRU, al general Serguéiev, al portal de información Bellingcat y a las maniobras de desestabilización del Kremlin, sino que también haría falta vodka, mucho vodka. No digamos ya cazalla, con la que se lió el día del referéndum de independencia, entre urnas de mentira, porras de verdad y un trasatlántico italiano, el Moby Dada, atracado en el puerto de Barcelona, donde se alojaban los ochocientos guardias y policías dispuestos a defender el orden constitucional bajo el amparo de Piolín, el Gato Silvestre y el Diablo de Tasmania. Ya advertí que la película del independentismo catalán se explica mejor en clave de dibujos animados.

Hay una serie de historiadores promocionados por la Generalitat que barren siempre para casa, empeñados en reescribir la historia de España e incluso la de Europa en catalán, con lo que Cervantes, Shakespeare, Leonardo Da Vinci, Cristóbal Colón, santa Teresa de Jesús y fray Bartolomé de las Casas, serían catalanes de pura cepa cuyos orígenes fueron borrados minuciosamente por obra y gracia de la historiografía nacionalista castellana. A ellos habría que añadir, también, a Atahualpa Yupanqui, de quien Vilallonga cuenta en un tomo de sus Memorias que se lo encontró en una velada balbuceando en catalán y confesando que en realidad había nacido en Terrasa. Lástima que Vilallonga no aclarase si Yupanqui había bebido vodka o cazalla, ni que tampoco le preguntara si trabajaba para la KGB.

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