Punto de Fisión

El irresistible encanto del fascismo

Tal vez no nos hemos dado cuenta, pero en Europa hace muchos años que vivimos en una obra de teatro. De teatro del absurdo, para ser exactos. El continente entero se ha ido transformando en un escenario enorme, espléndido y unánime; un trastero con millones y millones de hectáreas donde se acumulan varios milenios de cultura, palacios, pinacotecas, bibliotecas, laboratorios, salas de conciertos, y al lado de la cultura, la barbarie: los cubos de basura, los prostíbulos, las barriadas de chabolas, los campos de alambradas y las televisiones encendidas.

Hace casi un siglo que Benjamin dijo aquello de que "no hay documento de cultura que no sea al tiempo de barbarie" y seguimos sin entenderlo, a pesar de que nos sentamos a almorzar frente a un telediario y nos comemos tranquilamente una ciudad bombardeada, un naufragio con docenas de niños muertos en el Mediterráneo y de postre un partido de tenis. La obra puede ser de Beckett, porque nos comportamos como personajes catatónicos, repitiendo diálogos descabellados y esperando a un Godot que no acaba de venir nunca. O quizá de Arrabal, porque ya estamos fabricando nuestro propio cementerio de automóviles, dudando entre entrar en pánico o seguir en el ridículo.

Sin embargo, en los últimos años, toda Europa parece una función a tiempo completo de Rinoceronte, la impresionante fábula teatral en la que Ionesco satirizó el ascenso del fascismo. Casi ni hace falta repasar el argumento: en una ciudad francesa, un día, sin saber por qué, las personas empiezan a transformarse en rinocerontes; la gente primero se asusta, porque los rinocerontes son muy peligrosos, después se acostumbran a ellos, admiran su fuerza y su brutalidad hasta que al final toda la ciudad, excepto el protagonista, no es más que un cónclave de rinocerontes. Hay una escena al comienzo del segundo acto en que los periodistas ni siquiera se ponen de acuerdo a la hora de describir el modo en que un rinoceronte ha aplastado a un gato.

Cuando lean el diálogo en que los personajes discuten interminablemente sobre si el rinoceronte es asiático o africano, si tiene uno o dos cuernos, a lo mejor les suena un eco de esas noticias con que en los últimos años muchos periodistas intentan demostrar que la actual ultraderecha europea no es lo mismo que el fascismo de los años 30 y 40. A lo mejor ustedes no han leído atentamente las proclamas de Orban, Le Pen o Abascal; a lo mejor no han reparado en estas declaraciones pronunciadas no hace mucho por la presidenta de Fratelli d’Italia, Giorgia Meloni: "Yo pienso que Mussolini fue un buen político, que todo lo que hizo, lo hizo por Italia. No ha habido políticos como él en los últimos 50 años". El lema de su campaña, "Dios, patria y familia", es exactamente el mismo que acuñó en 1931 Giovanni Giurati para el Partido Nacional Fascista.


Yo oí hace poco, de alguien muy querido y muy cercano a mi corazón, unas palabras en la que latía el eco de esa ideología que es la peor plaga que haya arrasado Europa. Se refería a unos migrantes negros a los que veía todos los días cerca de su casa: "No puedo soportar que esta gente venga a invadir mi patria". Intolerancia, miedo, racismo, patriotismo: el caldo de cultivo del fascismo resumido en una sola frase. La extrema derecha gobierna hoy en Hungría, Polonia, Eslovenia y la República Checa; ha formado coaliciones de gobierno en Austria, Suiza, Noruega e Italia; ha subido como la espuma en Alemania, España y Francia. Ojalá me equivoque, pero hoy lunes, aupada por otros dos rinocerontes, Salvini y Berlusconi, la admiradora de Mussolini, Giorgia Meloni, tal vez sea la nueva presidenta de Italia y la prensa andará preguntándose si es un rinoceronte macho o hembra, de dos cuernos o de uno.

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