Punto de Fisión

Madrid contra los mamelucos

Madrid contra los mamelucos
Manifestantes contra el proyecto de reforma de Ayuso para la sanidad de la Comunidad de Madrid, este domingo en la capital. REUTERS/Susana Vera

No hay duda de que los madrileños somos un pueblo al que se nos da de miedo salir a la calle. Ya sea con cacerolas o con cuchillos, contra la guerra o a favor, a base de silbidos o de panderetas, el asalto de la vía pública no tiene secreto para nosotros. Goya pintó La carga de los mamelucos en la Puerta del Sol conmemorando la célebre escena de la insurrección del 2 de mayo de 1808, un lienzo fabuloso, pleno de acción, de dramatismo y de sangre, pero que conmemora una derrota militar en toda regla. Pese a la heroica resistencia del pueblo madrileño, el ejército napoleónico aplastó la rebelión y cientos de ciudadanos terminaron frente al paredón del fusilamiento.

A lo largo de los siglos, los madrileños tendríamos oportunidad de hacer frente a toda clase de mamelucos con resultados más o menos parecidos: mucho ruido, muchos gritos, mucha pose, mucha rabia, mucha pancarta, mucho no pasarán, pero al final los mamelucos pasan. Y pasan fundamentalmente por una buena razón: porque les dejamos. No sólo les dejamos, sino que a menudo los madrileños les ponemos una alfombra, les arrojamos flores y guirnaldas y les invitamos a que nos pasen por encima y nos pisoteen.

En la manifestación de este domingo contra el destrozo en la sanidad pública hemos tenido otra magnífica ocasión de comprobar esta curiosa paradoja. Eran miles, cientos de miles, prácticamente los mismos madrileños que salían a aplaudir en masa a los sanitarios a las ocho de la tarde durante los primeros días de la pandemia y, por desgracia, prácticamente los mismos que en las pasadas elecciones votaron en masa por un programa de desmantelamiento de la sanidad pública que lleva décadas en funcionamiento. Qué le vamos a hacer, a los madrileños también nos chiflan las cañas, las terrazas y los bocatas de calamares.

Este domingo, mientras me acercaba a Atocha, rodeado por un gentío que no paraba de abuchear y protestar contra los planes de privatización y los recortes en las urgencias, no dejaba de preguntarme cuántas de estas mismas personas habrían votado a Ayuso en las pasadas elecciones. No obstante, el problema verdaderamente acuciante no era ése, sino más bien hacerse esa misma pregunta en futuro: cuántas de esas mismas personas justamente indignadas que enarbolan las pancartas hoy van a votar mañana en contra de sus propios intereses, en contra de la sanidad pública y a favor de la hostelería.


Una señora, por ejemplo, llevaba en alto una pancarta que era una perfecta demostración de ignorancia: "No es política: es necesidad". Mire usted, señora, claro que es política. Toda necesidad es política. Lo que está ocurriendo en las urgencias y en los centros de atención primaria, la falta de médicos, los enfermeros sobrepasados y las listas de enfermos colapsadas, son fruto de una decisión política deliberada y consecuente: la de desguazar la sanidad pública en favor de la privada, destruir los recursos comunitarios para que se forren familiares y amiguetes. Usted puede chillar lo que le dé la gana y pedir la dimisión de Ayuso tan alto como quiera, pero sería mucho más efectivo que la próxima vez no la votara, ni a ella ni a ninguno de los enemigos declarados de la gestión pública. A lo mejor es que muchos madrileños no se han dado cuenta aún de quiénes son en realidad los mamelucos.

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