Punto de Fisión

Alerta Rioja: Rodríguez suelto

Alerta Rioja: Rodríguez suelto
Rafael Bastante / Europa Press

Hace ya un porrón de años (les aseguro que lo del porrón no va con segundas) compartí un viaje en tren y una firma de libros en la Feria de Málaga con Miguel Ángel Rodríguez. Ambos habíamos publicado una novela en la misma editorial y puede que coincidiéramos en la misma caseta, aunque quién sabe. Apenas recuerdo nada de aquella tarde soñolienta excepto el paseo al sol prácticamente desierto y a Rodríguez y a mí aburriéndonos mano sobre mano. Por allí no pasaba ni el Tato, pero, a última hora, increíblemente, apareció un remoto amigo madrileño que se admiró de la coincidencia y que me compró un libro casi por obligación. El único que firmé en toda la tarde, creo que uno más que Rodríguez, para que se hagan una idea.

Es posible que yo me haya ganado a pulso el descrédito como novelista, pero que Rodríguez no esté considerado uno de nuestros más sólidos candidatos al Premio Nobel de Literatura me parece una injusticia. Cierto que no he leído una sola página suya, pero donde Rodríguez ha revolucionado el arte de la ficción no es en los libros sino en las ruedas de prensa, en los boletines de noticias y en la creación de un fascinante personaje de carne y hueso: Isabel Díaz Ayuso. Algún día, en cuanto se descubra el pastel, Ayuso estará en el censo de los grandes personajes femeninos de la novela mundial, al lado de Emma Bovary, de Ana Karenina, de Effie Briest, de Ana Ozores, de Fortunata y Jacinta y de la novia de Frankenstein.

Cierto que la ficción es un terreno pantanoso, un híbrido a mitad de camino entre la verdad y la mentira, de ahí que Ayuso siga en pie sostenida por la ilusión de cientos de miles de lectores que todavía se creen que la libertad es un anuncio de cerveza y lo de los 7.291 ancianos muertos en las residencias, un episodio de telenovela. Rodríguez maneja los hilos de su muñeca con el mismo desparpajo con que José Luis Moreno habla con Rockefeller, un virtuosismo que tarde o temprano hace sospechar si no será Rockefeller el que maneja a José Luis Moreno. En la ventriloquia siempre hay una intersección alarmante en la que no se sabe muy bien dónde termina el ventrílocuo y dónde empieza el muñeco.

Desde su taller de escritor, Rodríguez prepara amorosamente las paparruchas que luego Ayuso suelta sin ningún empacho y que los heraldos de la presidenta esparcen a los cuatro vientos. La última paparrucha ha sido la supuesta devolución de más de quinientos mil euros a su novio por parte de Hacienda, un enredo de folletín para ocultar un fraude deliberado en el que una vez más el tiro les va a salir por la culata. Sin embargo, como buen novelista, Rodríguez no puede sustraerse a la emoción de añadir más leña al fuego, se queme quien se queme, aunque el incendio ya lame los cimientos de la clínica Quirón y de la Comunidad de Madrid.


Es una lástima que la Plataforma para la Protección de Periodistas del Consejo de Europa haya lanzado una alerta por las amenazas proferidas por Miguel Ángel Rodríguez contra varios medios de prensa. No le dejan a uno novelar en paz, así no hay manera de escribir nada. Hay que tener en cuenta que Rodríguez es un literato tan cuidadoso que hasta se inventó un pseudónimo femenino con las siglas de su apellido, MAR, adelantándose varios años al triunvirato de Carmen Mola. Tiene mucho peligro esto de mezclar alegremente ficción y realidad, tanto que, al paso kamikaze que lleva, la novela de Rodríguez puede acabar de un momento a otro. Menos mal que siempre le quedará el porrón.

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