Punto de Fisión

Amnistíame si puedes

Seguidores del expresidente catalán Carles Puigdemont aguardan, con una caretas con su rostro, su llegada a Barcelona tras siete años de exilio. REUTERS/Lorena Sopena
Seguidores del expresidente catalán Carles Puigdemont aguardan, con una caretas con su rostro, su llegada a Barcelona tras siete años de exilio. REUTERS/Lorena Sopena

No es fácil escribir del procés en serio, sobre todo si sus protagonistas de uno y otro lado hacen todo lo posible por continuar la broma. La república catalana empezó igual que un chiste desde que los independentistas colocaron urnas de tupperware para montar un referéndum con condón y los españolistas les respondieron enviando un ejército espermicida en un ferry decorado con imágenes gigantescas del Coyote, de Piolín y del Pato Lucas. Podían haber seguido en ese plan, pero, al día siguiente el mundo entero se frotó los ojos, asombrado ante la respuesta brutal de la policía española frente a lo que parecía un referéndum marca ACME. No te rías, que es peor.

Una semana después, sin embargo, Puigdemont decidió seguir adelante con la comedia declarando una independencia de coña, una independencia marca ACME en la que miles y miles de republicanos eufóricos cayeron con los brazos abiertos como pequeñas réplicas del Coyote por el precipicio de la Historia. De la república catalana sólo quedaba un pétalo de humo en el suelo, un telegrama indio. Era octubre de 2017 y desde entonces Puigdemont no ha abandonado el tono bufo, consciente de que la independencia catalana ya era una cuestión personal, puesto que los demás protagonistas se habían quedado en el talego. Primero se exilió a Waterloo -sin aclarar si hacía referencia a Napoleón o a una canción de ABBA- y luego se trasladó a Perpiñán, a ver si de allí nacía la república catalana en el recuerdo de una película porno.

No menos gracioso era el esperpento montado por la justicia española en la creencia de que, detrás del órdago independentista, movía los hilos un espía del Kremlin que le había prometido a los asesores de Puigdemont ayuda económica indiscriminada e incluso diez mil mercenarios por si la sangre llegaba otra vez al Llobregat. En realidad, la trama rusa se redujo a una novatada telefónica que dos humoristas de la agencia Sputnik le gastaron a Cospedal, quien se la tragó de lleno pese a estar especializada en finiquitos en diferido y en forma de simulación.

Por razones obvias, la ley de amnistía aprobada hace dos meses también venía en diferido y en forma de simulación. Como se lo olía, Puigdemont hizo una aparición en Barcelona este jueves, no tan breve como la proclamación de la república catalana pero igual de elíptica: llegó por la puerta de atrás, se dio un baño de multitudes, pronunció un discurso de cinco minutos y desapareció otra vez. El ridículo de las fuerzas del orden ha sido monumental, aunque los Mossos han tenido suerte de que no se les escapara mediante una trampilla abierta a sus pies o de que se haya fugado en una escalerilla atada a un helicóptero.

De inmediato, los Mossos organizaron un fuerte dispositivo de busca y captura por toda la ciudad, al parecer con el mismo empeño y los mismos resultados que la justicia española buscando quién estará detrás de las misteriosas siglas "M. Rajoy" en los papeles de Bárcenas. En los primeros días de su exilio, a Puigdemont lo acompañaba un historiador de guardia que iba anotando todas sus palabras para la posteridad, pero en los últimos tiempos lo ha reemplazado un dibujante de tebeos, por eso de no dejar a su público sin espectáculo. Amnistíame si puedes. La última fuga llevaba la banda sonora de Benny Hill.

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