Del consejo editorial

Quien siembra, no recoge

 Antonio Izquierdo

Mientras íbamos hacia el pleno empleo los inmigrantes sembraban y recogían los frutos rojos en Huelva, pero ahora que vuelven al campo los expulsados del ladrillo, parece que sobran. Esa es la impresión que se extrae cuando uno escucha a los alcaldes y otros cargos públicos en estos días. Sin duda se trata de una imagen que alcanza fortuna mediática, pero no es una exacta descripción de la realidad y tampoco un buen análisis.
En primer lugar porque abundan los inmigrantes entre los despedidos de la construcción que vuelven a las tareas primarias y, además, porque es seguro que tanto los nativos como los inmigrantes residentes, que han experimentado un ascenso en la escala laboral, no van a perseverar en la agricultura. Los servicios públicos de empleo han comprobado que de cada tres desempleados disponibles al final sólo uno está realmente dispuesto para acudir al surco. De modo que en el futuro seguiremos contando con la mano de obra inmigrante para las tareas del campo. Conviene situar los datos en su contexto.

Plantar 6.000 hectáreas requiere 11.000 temporeros agrícolas de los que 8.500 son ya fieles de otros años. De estos repetidores, dos de cada tres son locales y el tercio restante viene de países de la Unión Europea. Por lo tanto, para las tareas de la siembra hay 2.500 plazas vacantes, que son las que se busca cubrir con trabajadores de los alrededores. Pero para los trabajos de recolección, harán falta 90.000 personas más. Así pues habrá que continuar captando inmigrantes en origen y también desempleados en destino porque "los que siembran, no siempre recogen". Cortar de raíz las contrataciones de inmigrantes ni es posible ni conviene.

La contratación en países de origen es una política que no choca con la gestión eficaz del desempleo interior. La preferencia nacional en el empleo figura con letras de molde en la ley, pero ahora se practica en mayor medida. Cuando el empleo crecía, los nativos en paro esperaban a que surgiera otro trabajo mejor. También hay que decir que nunca han faltado españoles en la vendimia francesa. De lo anterior se deduce la coexistencia de la emigración, la inmigración y los remolones. En definitiva, somos dependientes de esa fuerza de trabajo.

Hay buenas razones para seguir contratando, en la recogida de la fresa, a las mujeres marroquíes con cargas familiares. Eso les da independencia y poder de decisión. Y esa práctica es rentable, eficaz y probablemente contribuye al desarrollo educativo de sus hijos en Marruecos, que es también el nuestro. Por último, la opinión pública comprueba a través de la selección de inmigrantes en origen que se pueden gestionar con eficacia los flujos de mano de obra temporal.
¿Qué es entonces lo nuevo? La insistencia de las administraciones por movilizar a los demandantes de empleo nativo y foráneo que cae en terreno abonado debido a la falta de alternativas. Movilizar a los desempleados interiores es una buena práctica y modular, sin suprimir, la contratación en origen también lo es por realismo, codesarrollo y pedagogía.

Antonio Izquierdo es catedrático de Sociología

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