Del consejo editorial

Antipolítica

FRANCISCO BALAGUER CALLEJÓN

Catedrático de Derecho Constitucional

En la noche que ganamos el Mundial, un famoso futbolista holandés definió el juego de su selección como antifútbol. Quizás una comparación con la política española nos pueda resultar útil para clarificar algunos extremos que podrían incluirse en el concepto, tan en boga últimamente, de la antipolítica. Por ejemplo, la paradójica tendencia de los jugadores holandeses a presionar al árbitro cada vez que cometían una infracción. Desgraciadamente, que los infractores sean también los que presionan a los jueces, para intentar evitar las sanciones o para deslegitimarlas, es algo que estamos viendo últimamente con mucha frecuencia en los circuitos políticos.

Del mismo modo, la estrategia de juego seguida por el equipo holandés no era, efectivamente, la de quien quiere jugar al fútbol con limpieza. Por el contrario, durante prácticamente todo el tiempo, se dedicaron a impedir que nuestro equipo jugara al fútbol, poniendo zancadillas en cada movimiento y obstaculizando el desarrollo normal del partido. Esto es algo a lo que también nos hemos acostumbrado en la política de nuestro país. Para algunos sectores, la política no consiste en hacer propuestas, en promover líneas claras de acción, en plantear alternativas. La única obsesión parece consistir en impedir que se haga política por quienes ocupan el poder, sin importar excesivamente si eso perjudica a los intereses generales.
Finalmente la lección de antideportividad que dieron los jugadores holandeses no fue muy positiva. Después del partido reconocieron que ese era el único modo de ganar, evidenciando así que habían sido conscientes del juego sucio, pero que no les importaba porque su única motivación era ganar a cualquier precio. Aquí podríamos poner, desgraciadamente, muchos ejemplos en la política española de los últimos años. Para un sector de nuestra clase política los límites de lo que se puede y no se puede hacer no están muy definidos porque se perciben de una manera completamente instrumental. Todo se supedita a un fin último: llegar a la Moncloa.
Y es que se pasaron la noche que ganamos el Mundial pegando saltos y gritando "soy español, español, español..." pero, en realidad, juegan a la política igual que los holandeses al fútbol y, cada vez que se les pide que arrimen un poco el hombro para salir de la crisis, se hacen los suecos.

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