Dentro del laberinto

Opiniones como ciertas

Se debate en París el futuro de Internet, y sobre todo, el presente, en el encuentro Le Web 3, y parece muy posible que respecto a la información que transmite y las normas que la rigen poco se avance en estos interesantes debates. El futuro se apoya, con inventos cada vez más sorprendentes, en los avances tecnológicos; la importancia del ocio y los programas que lo permiten se encuentran en el punto de mira en estos momentos, con el pirateo y las descargas como principal problema, pero los fundamentos del conocimiento transmitido por Internet aún no se rigen por normas ni claras ni consensuadas.

Los profesores se quejan de que la investigación que justificaba los trabajos de los alumnos se ha sustituido ahora por una búsqueda superficial en la red, no siempre contrastada. La intervención de Andrew Keen, una de las más esperadas, ahondaba en las teorías expuestas en su libro The Cult of the Amateur: el aficionado tiene poco que decir en Internet, salvo la exhibición constante de su ego, que se revela a través de blogs, de opiniones personales y la participación en comunidades con una seriedad constantemente cuestionada. Incluso los medios convencionales se han apresurado a encontrarse con una presencia en la web, en una versión simplificada, con la posibilidades de comentarios y cartas al director tan accesibles que se han convertido, en muchos casos, en reacciones epidérmicas.

Siete años después del éxito fulgurante de Wikipedia, su cuestionamiento ha pasado de los principios meramente teóricos a los cotilleos personales. Cada Clinton tiene su Lewinsky, cada Wales su Rachel Marsden. El problema de fondo no radica en las herramientas, ni en la necesidad de los 2.0, sino en una construcción ética tan universal como la propia Red, tan abierta y que promete tanta guerra como la Declaración Internacional de Derechos del Hombre. Más que nunca, la filosofía, esa hermana empobrecida por lo audiovisual, puede acudir en ayuda de lo que en justicia debe implantarse.

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