Dentro del laberinto

Un oasis

Hace unos días, cuando coincidí con él en el programa de radio en el que ambos colaboramos, Fernando Sánchez Dragó me aseguró que hoy publicaría un artículo, en el que dejaría claro que nada iba a cambiar el lunes, ni nuestra vida mejoraría de manera significativa: idéntico artículo, ganara las elecciones el partido que las ganara. Su afirmación, realizada antes del asesinato de Isaías Carrasco, contiene ahora para mí una nota de amarga impotencia, muy acorde con mi estado de ánimo.

No he tenido aún ocasión de comprobar si ha cumplido su palabra, pero siendo un provocador nato como es, y fiel a sus causas, no me cabe duda de que así habrá sido. Un artículo así, en mitad de la torrencial abundancia de halagos, triunfalismo, deméritos y consuelos estadísticos de los periódicos de hoy será un consuelo, un oasis. La campaña electoral previa, la novena de mi vida y la de la democracia, ha resultado eterna, tediosísima, pese a los artificiales intentos de animarla o interesar a los ciudadanos en ella. Sospecho que los resultados, su escrutinio y los pactos subsiguientes continuarán en la misma tónica.

Sin embargo, el mal necesario de la propaganda se tragaría con resignación, una ácida medicina, si los programas sociales que los políticos han aireado, con una flexibilidad y una pompa digna de ser recordada e invocada, se aplicaran con el mismo énfasis con el que han sido prometidos. Y si los ciudadanos los reivindicaran, ganara el partido de su ideología o no, con idéntico sentido de la justicia y con la misma intransigencia ante su incumplimiento.

En este país, la falta de políticas sociales se intenta paliar con programas políticos, algo titubeantes, y siempre sujetos a posibles cambios tetranuales. Los habitantes, que podríamos compensar ese hueco con un sentido general de la equidad, y el uso debido de los recursos, carecemos de lo que los suecos llaman Volkgemeinschaft, una conciencia social de igualdad. Dragó acertará. El cambio preciso es más profundo.

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