Dentro del laberinto

Un respiro

Es ya momento, cerradas las urnas y asimilado el cava, de hablar de la realidad o la ficción de la crisis económica. Aleteaba como un fantasma durante estos meses, pero en tiempos de cuentos de horror y hadas poco puede uno fiarse del lobo. Se habla de crisis de continuo: los expertos aclaran que no es para tanto: todavía. Quien presuma ahora de crisis, que aguarde...
Recuerdo pocos momentos en los últimos treinta años en los que no se hablara de ella. Nací en plena crisis energética, en un periodo político fascinante, en el que se hizo todo lo posible para que el cambio de régimen no se acompañara de aprietos económicos que cuestionaran la democracia. De eso supimos poco los niños, aunque algunos acompañaban a sus padres en manifestaciones en las que suplicaban que no cerraran los Altos Hornos, los astilleros, las pequeñas empresas de los cinturones industriales.
Europa llegó, en teoría, para impulsar la economía española en 1986; en realidad la bonanza económica se había originado en Estados Unidos unos tres años antes y ese momento dulce para algunos, y que a otros les llegó envuelto en más huelgas, más pérdidas de empleo, más jubilaciones anticipadas, se interrumpió de manera brusca cuando se barrió el último confeti de la Expo de Sevilla. Fue el bendito Tratado de Maastricht, la búsqueda casi desesperada de las condiciones en las que el euro llegaría a estas tierras.

¿Es ésta la Europa con la que soñaron Adenauer o Spaak, la que contribuyó a planear Van Miert? Muy probablemente, sí. Lástima que España se vea condicionada por el eje norte-sur, un cuestionamiento político interno agudísimo, y el precio casi insostenible de una
moneda única.
La solución, ahora, no recae en el ahorro, sino en la acertada inversión. Las advertencias sobre el exceso de gasto y las hipotecas fueron desoídas. Si se paraliza la inversión privada, la I+D+i, se recorta en educación, sanidad y ocio, como es tradicional, no habrá manera de respirar. Nuevas crisis requieren nuevas soluciones.

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