Dentro del laberinto

Vejez

Cosas que odio: los cartones mal doblados que impiden introducir más papel en los contenedores de reciclado. El ruido cliqueante de las botellas cuando golpean las paredes, en las bolsas de basura orgánica. Los adolescentes impertinentes, los niños que gritan como energúmenos y los padres, confusos, que no saben cómo tratarlos. Los excrementos de perro en los huecos de cemento dejados para que los arbolitos urbanos se las arreglen como puedan. Las ordenanzas que nos obligan a reciclar, a culpar a los grafiteros y a sus padres, de las pintadas que ensucian las paredes, los ruidos excesivos de los borrachos cuando abandonan los bares, la gente que fuma sin pedir permiso en lugares expresamente prohibidos.

Cosas que odio aún más: las mechas rubias, los diminutivos que emplean los extraños sin conocerme, la mala dicción y las consonantes relajadas, los titulares de la sección de economía de los últimos cuatro meses, la expresión mi gente, las noticias ambiguas sobre la medidas de igualdad, la manera en la que se sientan, enfrentados, los dos partidos políticos más importantes, escupiendo malos recursos retóricos, acusaciones, insultos con piel de nácar. Los vecinos maleducados. Los vecinos, en general. Que Roger Federer pierda. El lento transcurrir de las horas el domingo por la tarde.

Cosas que, simplemente, no soporto: el porcentaje de detección tardía de cáncer de mama, pese a días como el domingo, con lacitos, y parpadeos, y buenas conciencias. Las riadas que terminan con vidas por el trazado ineficaz de las calzadas. Los desesperados intentos de los medios de comunicación por suministrarnos terror y evasión, crisis y tonterías. La delicadeza con la que los bancos se sacuden una responsabilidad mundial con un movimiento de cabello.

No hay nada que me guste. Soy vieja, cascarrabias, me siento amargada. Son las horas para la crítica, para la nostalgia. Entonces se hacía mejor. Los jóvenes de ahora no sirven para nada. Cría cuervos.

Espera a llegar a mi edad.

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