Dentro del laberinto

Dejaré de fumar

Debe ser cosa de las equívocas percepciones de mi cerebro: una versión inmobiliaria del prejuicio machista de que las mujeres no tienen percepción espacial para aparcar. Será un problema mío, porque en estas fechas de almíbar y buenas intenciones resulta necesario que el mundo sea justo, pero yo juraría que en los últimos tiempos los restaurantes madrileños han reducido sospechosamente sus metros, de manera que ya no están obligados, por ley, a mantener una zona de no fumadores.  En realidad, yo comprendí mal la ley. Creía que de lo que se trataba era de crear una zona para fumadores; pero la realidad me ha sacado de mi error. En los bares, ni siquiera me atrevo a insinuar algo parecido. Pero en los restaurantes en los que por recovecos, espacios, mesas, intuyo que pasan de los metros requeridos, suelo preguntar por mi zona. Sé que los fumadores dan por hecho que lo hago con el sórdido propósito de fastidiar. Cierto que soy asmática, que varias alergias me complican la vida, y me marea, literalmente, el humo del tabaco, sobre todo cuando en ayunas lo aspiro con el zumo de naranja y una tostada.

Pero cada vez más mi propósito, aparte del de sobrevivir, se entiende, es el de comprobar por qué demonios se armó tanto revuelo, dónde quedó el acoso tan cacareado a los fumadores. Los veo, con frío, calor y tiempo robado a la empresa, en la puerta, con su cortina de humo, que atravieso sin respirar. No les deseo ningún mal. En todo caso, me gustaría que dejaran de fumar. O que no lo hicieran en lugares en los que también yo trabajo y consumo. Sin embargo, el otro día me mandaron a cenar con una amiga a la barra, ya que el espacioso restaurante (muchos decoradores hacen milagros con 100 m2) dedicaba todo su aire a los fumadores. El anterior, me mandaron al piso de arriba, donde los camareros se olvidaron de mí, ya que la barra y las mesas principales se encontraban abajo. En otro, la separación de zonas la marcaba una columna. El humo la respetaba poco. Y estoy cansada de denunciar.

De ser la guardiana de mi hermano, la mala del restaurante, la única que exige la ley.

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