Desde lejos

La palabra

Siempre he querido creer en el poder de las palabras. En la fuerza del pensamiento ordenado y expresado con rigor que, a su vez, es capaz de ordenar el caos de este mundo en el que vivimos. Lo opuesto al dominio manipulador del grito, a la tiranía de los puños y la violencia. Lo cierto es que la historia desmiente una y otra vez mi fe: casi siempre triunfan las balas y las bombas, el dolor y la brutalidad. Pero sigo negándome testarudamente a tirar esa toalla y alinearme en el bando de los furiosos.

La concesión estos últimos días de los Premios Nobel me ha hecho aferrarme aún más al discurso pausado de la inteligencia. Ahí está Mario Vargas Llosa, el maestro. Maestro de la narrativa, de la invención de vidas que nos parecen más reales que la propia realidad y que enriquecen las nuestras. Pero también maestro en el extraordinario don de saber exponer racionalmente conceptos que uno no siempre comparte, pero que consigue comprender y respetar gracias a la clara belleza de su pensamiento.
Y ahí está Liu Xiaobo, un hombre que se ha enfrentado sólo con la palabra a los tanques y las pistolas, a la dictadura feroz de quienes poseen las armas, las cárceles y los patíbulos pero tiemblan aterrados ante la lógica del razonamiento y la profundidad de la reflexión. Ya hemos visto su reacción, como bichos rabiados que chillan y lanzan mordiscos. Pese a todo, quiero seguir pensando que tras los muros de la prisión de Jinzhou, donde Xiaobo paga su atrevimiento, y bajo los adoquines ensangrentados de Tiananmen, la luz de la razón y el diálogo no se apaga ni de día ni de noche, por mucho que se empeñen sus verdugos.

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