Dominio público

(E)Lecciones alemanas

Luis Matías López

dominio-09-29.jpgLuis Matías López

El domingo pasó su examen de reválida la gran coalición de socialdemócratas (SPD) y democristianos (CDU/CSU), encabezada por Angela Merkel. Todos los análisis daban por seguro que esta hija de un pastor protestante procedente de la antigua Alemania Oriental seguiría como canciller. La única duda era si renovaría el compromiso de los últimos cuatro años con el SPD de Frank-Walker Steinmeier –caracterizado por una reducción al centro que difuminó los perfiles ideológicos– o si sería posible el natural giro a la derecha con los liberales (FDP) de Guido Westerwelle. Pese a perder un puñado de votos, Merkel, con su liderazgo de baja intensidad, ha salido fortalecida como escala única para medir el poder, con la elegante vitola de estadista moderada capaz de entenderse tanto con los liberales del FDP (los grandes triunfadores, que llegarán al Gobierno con un aumento del 50% de sufragios), como con los socialdemócratas del SPD (humillados con su peor resultado: pierden un tercio de su apoyo popular) e, incluso, si hubiera hecho falta, con los verdes (satisfechos de su 10,7%: suben más del 20%). La frontera de la tolerancia se fijaba en la cooperación con La Izquierda, el partido de Oskar Lafontaine y Gregor Gysi formado por disidentes del SPD y poscomunistas de la extinta RDA. Nadie parecía dispuesto a pactar con ellos, aunque no ha habido ocasión de comprobarlo, ya que la coalición de izquierdas ha resultado matemáticamente imposible.

La Izquierda canta victoria (sumó 3,2 puntos, hasta el 11,9%), pero sus 76 escaños en el Bundestag, con los 68 verdes y los 146 socialdemócratas, suman tan sólo 290, muy por detrás de los 385 de democristianos (239) y liberales (146). Ha quedado meridianamente claro que los alemanes apuestan por la derecha para salir del túnel de la crisis. Allá ellos.
¿Cuál podría ser la lectura española? Ni el SPD es el PSOE, ni la CDU/CSU es el PP, pero las diferencias reales no son tantas. Quítense la parafernalia política: retórica, violencia verbal, juego sucio, el todo vale. Olvídense insultos y agravios acumulados durante años. Elimínense unos cuantos revanchistas, nostálgicos del franquismo, dogmáticos y otros responsables de convertir la escena política en un riña de taberna. Déjense al desnudo ideologías e intereses, despojados de radicalismos trasnochados. ¿Qué queda? Los esqueletos de un partido socialdemócrata moderado que renunció al marxismo (siguiendo, por cierto, la estela alemana) y de otro conservador no muy alejado de sus parientes europeos, como la propia CDU/CSU. O sea, una fuerza de centro-izquierda y otra de centro-derecha. Ambas han demostrado (ahí está el ejemplo del País Vasco) que sus ataduras doctrinales no son tan rígidas como vocean y que, a la hora de la verdad, su vara de medir es el pragmatismo. Sin embargo, incapaces por sí solas de gobernar, hacen equilibrios en el alambre y pagan precios desmesurados para encontrar aliados coyunturales sin plantearse jamás la opción más obvia: una gran coalición a la alemana. No está nada claro que la fórmula sea aplicable y conveniente para un sistema y un mapa político como el español, pero sorprende que esté ausente del debate. Por eso parece oportuno ver cómo ha funcionado en Alemania desde 2005.

La solidez de la alianza y la lealtad de cada socio hacia el otro han impedido que la recesión alcanzase mayor virulencia e, incluso, han permitido que Alemania empezase a salir del túnel antes que otros países. El precio ha sido el crecimiento desmesurado del trabajo precario, mal pagado y subsidiado, así como una tasa de desempleo tolerable (en torno al 8%), que pone los dientes largos a este lado de los Pirineos, pero contenida sólo coyunturalmente con una sangría de las arcas públicas. Nadie duda de que el paro seguirá creciendo al menos hasta 2011. No es de extrañar el castigo al SPD y que este haya perdido el monopolio de la justicia social a favor de La Izquierda: para mantener la unidad de acción del Gobierno, ha permitido el incremento de la pobreza y la desigualdad, el aumento aún no en vigor de la edad de jubilación hasta los 67 años (forzado por el alarmante envejecimiento de la población), el deterioro de la educación y la sanidad, y la profundización de una reforma del mercado laboral lesiva para los trabajadores, que inició, por cierto, un socialdemócrata, Gerhard Schroeder. Aun así, la gran coalición ha frenado una deriva derechista que la alianza cristianodemócrata-liberal recuperará probablemente ahora, con bajada de impuestos, moratoria sobre el cierre de las centrales nucleares, y reducción del papel del Estado como protector de parados y salvador de empresas en crisis. Siempre, eso sí, dentro de los límites de un pacto de Estado no oficial que pasa por el respeto a la economía social de mercado. Con un resultado récord, el FDP sale de una larga travesía del desierto (11 años) y regresa al poder con un perfil más derechista que cuando se convirtió en socio de referencia de los socialdemócratas. Ojalá que Westerwelle no haga añorar a otro gran líder liberal y magnífico ministro de Exteriores: Hans Dietrich Genscher.

La gran coalición alemana ha demostrado que el socio segundón tiene todas las papeletas para pagar la factura y salir escaldado. El SPD ha salido de la experiencia con la conciencia tranquila, pero fulminado políticamente. Tendrá que remover sus cimientos y no hacer ascos a ningún posible aliado (incluso el renegado Lafontaine) si quiere volver a tener la más mínima probabilidad de recuperar la cancillería. Ya antes de lo ocurrido el domingo en Alemania, y más ahora, ¿se imaginan que el PP o el PSOE se planteen siquiera el escenario teórico de una gran coalición, si el precio a pagar es que el líder del partido rival viva en La Moncloa? Yo tampoco.

Luis Matías López es Periodista

Ilustración de Enric Jardí

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