Dominio público

¿Y si hubiera ganado Madina?

Pablo Batalla

¿Y si, en 2014, hubiera sido Eduardo Madina quien ganara las primarias del PSOE? Los ejercicios de historia virtual son entretenidos pero tramposos: nos imaginamos una evolución de los acontecimientos idéntica en todo salvo en un aspecto concreto que nos entretenemos en modificar quirúrgicamente y su posible estela; pero, si ese aspecto hubiera sido distinto, también lo hubiera sido todo lo demás. Los acontecimientos no tienen membrana. En todo caso, tiene algún interés fabular una ucronía en la que el secretario general del PSOE durante estos años y en la actualidad fuera, no el rumboso exconcejal madrileño, sino el diputado vasco.

Madina era, recuérdese, el candidato de centroizquierda de aquellas primarias, siendo José Antonio Pérez Tapias el de la izquierda y Sánchez el de la derecha, bendecido por un aparato que asentía complacido a su reivindicación de referentes como Justin Trudeau o Matteo Renzi o, más tarde, ya ganadas las primarias, a su aparición en un mitin ante una gigantesca bandera rojigualda, acompañado de su mujer de un modo que evocaba el papel de la primera dama en Estados Unidos.

Hubo quien, entonces, arrugó la nariz ante la candidatura de Tapias, inesperadamente inundada de avales, viendo tras ella una operación apparátchik para fragmentar el voto del ala izquierda del partido, dividida así entre el portavoz sevillano de la corriente marxista y republicana Izquierda Socialista y un Madina que se presentaba abiertamente como republicano y demandaba al partido que afrontara el debate sobre la monarquía.

El rey Juan Carlos acababa de abdicar, y también se maliciaba que lo había hecho en ese preciso momento, justo antes de las primarias socialistas, para que un leal Alfredo Pérez Rubalcaba le asegurase una abdicación cómoda, que preservase su inviolabilidad, evitando la incertidumbre que vendría con una victoria de Madina u otro candidato republicano, en aquel momento de crisis de régimen y horas bajas para la institución monárquica.

Ganó el pícaro Sánchez al intelectual Madina y sabemos lo que ocurrió después; los asombrosos vaivenes que se sucedieron en estos años de infarto y que acabaron convirtiéndolo en presidente del primer Gobierno de coalición con comunistas desde la Segunda República. Ha habido muchos Sánchez y, realmente, no es del todo injusta la caricatura que hacen las derechas del oportunista amoral, sin escrúpulos, arrimado en cada momento al sol que más caliente sus posibilidades de vivir en la Moncloa. Con bastante seguridad, la trayectoria de un Madina victorioso en 2014 hubiera sido más coherente, más predecible. Más moral. Si nos tienta recordar su vengativo apoyo a Susana Díaz en las siguientes primarias, que decepcionó a muchos de quienes lo habían votado en su momento, cabe que recordemos que, en esta historia cambiada, no se hubiera producido.

Pero podemos preguntarnos también si, con Madina al frente del PSOE, estaríamos allá donde estamos hoy: ofreciéndole al mundo un ejemplo de dique antifascista cuya construcción ha sido vertiginosa y ha marcado muchos goles en el último minuto del tiempo de descuento; y que, desde luego, no solo a Sánchez se debe, pero para la cual ha sido crucial la condición de desvergonzado hombre de acción del presidente; ese desparpajo del que, como reza el chiste, si se lo deposita en pelotas y con una navaja en el Polo Norte, se le tendrá una semana después llamando a la puerta con sonrisa pícara, una piel de oso y, en la mano, un saco con un millón de dólares.

Algo recuerda la dialéctica Sánchez-Madina a cómo el vivales Suárez ganó hace cincuenta años al intelectual Fraga, biblioteca andante que nunca pudo tragar a aquel cebrereño célebremente incapaz de terminar un libro, y sin embargo daba sopas con ondas electorales al exministro de Información y Turismo. Fraga tenía el Estado en la cabeza, pero no audacia; y, por ejemplo, a la legalización del PCE por la que Suárez apostó, desdiciéndose de promesas hechas anteriormente y asumiendo el acoso ultra que durante algún tiempo sufrieron él y su familia, Fraga se opuso, no por principio (aceptaba que, con el tiempo, el partido comunista fuera legalizado), sino por miedo; por un sentido timorato de la responsabilidad.

Tiempos convulsos como estos que atravesamos requieren killers a su frente; hombres y mujeres temerarios y eficaces, que ante cada kairós no duden ni un segundo, sino que se abalancen sobre él con la voracidad del que sabe que la fortuna sonríe a los intrépidos. Y Sánchez, en eso, es como un chuletón al punto: imbatible. Bendito sea.

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