Dominio público

'El efecto Rocky'

Antonio García Ferreras

ANTONIO GARCÍA FERRERAS

15-12-07.jpgQuizás alguno no se haya enterado todavía, pero el debate ha comenzado. En estos primeros minutos del primer asalto, el aspirante al título, Mariano Rajoy, ha mostrado algunos huecos incomprensibles en su táctica de combate. El presidente Rodríguez Zapatero se ha adelantado en la propuesta y no pone condiciones. El candidato popular, en cambio, ha recibido el primer directo en la mandíbula con sus trabas y excluyendo, absurdamente, a la televisión pública. El predebate no ha empezado especialmente bien para el líder del PP, pero quedan aún muchas emociones políticas y mediáticas.

Nadie sabe a ciencia cierta cuál es la verdadera dimensión y el peso real de una confrontación dialéctica de estas características en el resultado final de unas elecciones. En EEUU, en el año 2000, Al Gore ganó con cierta comodidad a George Bush y el resultado en las urnas fue el que llevamos sufriendo desde entonces. Aunque eso sí, hay que recordar también que algunas papeletas mariposa de Florida no estaban del todo limpias.

Aquí en España, nuestra memoria histórica sobre los debates nos sitúa en 1993 con un Felipe González algo tocado y con un José María Aznar emergente. Los dos tenían algo que ganar y los dos, por tanto, estaban dispuestos al reto. El presidente socialista acudía a aquel primer gran encuentro, en Antena 3, sin prepararse, tras un accidentado viaje en avión desde Canarias, con algo de fiebre y con la convicción de que vencería con enorme facilidad. González iba sobrado y Aznar no le dejó respirar y le rompió la ceja política. En el segundo desafío, en Tele 5, González había aprendido la lección y vencía al joven representante del centro derecha. Es más, hay quien recuerda cómo uno de los asesores claves de Aznar, Miguel Ángel Rodríguez, aprovechaba el descanso del debate para entrar en el plató y decirle algo así como: "Qué haces,
reacciona porque te está destrozando". Otro testigo de ese instante recuerda la respuesta de un desconcertado Aznar señalando a González y diciendo: "Es que da igual lo que le diga porque lo tiene todo preparado y escrito en los papeles". Unos papeles y una preparación decisivos a pesar de que el tradicional entorno de Moncloa le había vuelto a insinuar a González que no los necesitaba. Dicen los politólogos que hubo empate porque Aznar ganó el primero con claridad y González, el segundo. No obstante, hay quien mantiene una interesante teoría. Felipe González empezó a ganar aquellas elecciones generales precisamente la noche en la que perdió el primer debate con Aznar. Fue con esa primera y sonora caída a la lona cuando muchos votantes de izquierda visualizaron, por primera vez, la posibilidad real de un triunfo de los conservadores. Eso, y su posterior reacción en el segundo enfrentamiento, provocó el resurgimiento de un PSOE que estaba a punto de ser derrotado. La combinación de factores fue definida a la perfección por uno de los mayores especialistas de este país como "el efecto Rocky". Metáfora cinematográfica perfecta para describir cómo González, al igual que Sylvester Stallone frente a Apolo Creed, se levantaba en el último instante y noqueaba a su rival provocando un efecto euforizante entre los suyos y quedándose con el título de los pesos pesados. El ex ministro de educación José María Maravall, Premio Nacional de Ciencia Política y Sociología de este año, es sin duda el hombre que mejor ha analizado los misterios de esos dos únicos e históricos debates de nuestra democracia y conoce a la perfección los resultados del "efecto Rocky Balboa".

Los debates, por tanto, se ganan antes de que se celebren, durante el cara a cara y por supuesto después de éste. Es más, algunos expertos consideran tan determinante como el propio corazón del debate la gestión de intoxicación y seducción informativa posterior. En definitiva, que los medios de comunicación cercanos al partido correspondiente trasladen a su público la percepción de que el ganador ha sido su líder. Se trata del factor de imposición de los medios frente a la impresión subjetiva y personal de cada espectador, intentando generar una corriente de opinión que deje claro a aquellos que lo vieron, y a los muchos que no lo presenciaron, quién fue el verdadero vencedor.

En 30 años, tan sólo dos debates a la presidencia del Gobierno. Demasiado tiempo y demasiado poco. Esto es algo que sería imposible de racionalizar en culturas democráticas como la norteamericana. Allí, un candidato que se negase a debatir estaría en la UVI electoral antes de empezar la campaña. Aquí, sin embargo, los ciudadanos nunca hemos castigado esa actitud indolente y pesada de nuestros políticos. Si ahora, por fin, se materializan estos dos duelos dialécticos, la salud de nuestra democracia habrá quedado fortalecida por mucho tiempo. Rodríguez Zapatero lo ha dejado claro desde el principio. A pesar de que son muchos los clásicos que piensan que los debates siempre favorecen al aspirante, fiel a lo prometido, está dispuesto a debatir con su opositor.

Rajoy tiene poco que perder y es un político con una buena técnica pugilística curtida durante muchos años de parlamento. No es brillante, al estilo Gallardón, pero puede ser muy duro en la pegada y correoso. Sus maneras me recuerdan a las del gigantesco "reverendo" George Foreman. Rodríguez Zapatero, entre tanto, parece seguir en estos primeros compases la línea de Muhammad Ali. Se mueve rápido, propone primero, no pone excusas, dice estar dispuesto a lo que sea y se la juega. Aparentemente ZP ha bajado la guardia porque se expone en estos dos combates a que Rajoy le coloque algún que otro golpe. Sin embargo, que por fin los ciudadanos podamos vivir este acontecimiento es, sobre todo, un hecho regenerador de la democracia. Ya era hora.

Antonio García Ferreras es director de La Sexta

Ilustración de Mikel Jaso 

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