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Manadas de negros

Miquel Ramos

Manadas de negros
23 de noviembre de 2020, Francia, París: Migrantes y representantes de organizaciones de migrantes levantan tiendas de campaña en la plaza de la República en París, una semana después de que la policía despejara un gran campamento de migrantes en el norte de París.- Martin Bureau / AFP / dpa (Foto de ARCHIVO)
23/11/2020 ONLY FOR USE IN SPAIN

Si entras a París por los barrios del norte, no verás ni un puto francés. Solo manadas y manadas de negros. Porque si eres negro, no puedes ser francés, según Jorge Verstrynge. La nacionalidad no te la da el haber nacido, crecido y vivido aquí, aunque tu familia lleve ya generaciones instalada, sino tu color de piel. Si no, no se a qué viene eso de las manadas de negros. A qué viene referirse al color de piel y contraponerlo a una nacionalidad europea. ¿Comentario desafortunado o malentendido?

La aparición de un video del auto-declarado nacional-bolchevique hablando de manadas de negros en Francia nos recuerda que existe un supremacismo y un racismo que supura también en cierta autoproclamada izquierda. Y que encima, no recibe casi reproche. Verstrynge, que ya en 2007 publicó en la revista El Viejo Topo su informe sobre migraciones que causó un buen revuelo, hablaba en dicho video de las manadas de negros en Francia y lo que cuesta ver personas blancas. Él mismo se declaró nacional-bolchevique en una entrevista en 2020, aunque a muchos no nos sorprendió. "Yo fui fascista, pasé por la derecha moderada y acabé en el marxismo. Yo soy lo que se llama comúnmente un nazbol, un nacional-bolchevique", afirmaba. En otra entrevista en Público en 2013 acusó a la izquierda de 'sobreproteger al trabajador migrante' y afirmó que en España 'sobran un millón y medio de inmigrantes'.

Precisamente esta semana, la revista Challenges publicaba una encuesta en la que seis de cada diez franceses creían en la teoría del Gran Reemplazo. Es decir, creen que existe una conspiración para llenar Europa de personas migrantes y musulmanas para substituir poco a poco a los blancos europeos y cristianos. Esta chaladura conspiranoica popularizada por el ultraderechista Renaud Camus diez años atrás ha sido adoptada por gran parte de la ultraderecha occidental, que, casi siempre sin mencionarla, la sugieren con otras palabras. El pasado mes de mayo, sin ir más lejos, el líder de Vox, Santiago Abascal, denunciaba la existencia de "una agenda de sustitución poblacional" por parte del Gobierno. Nada nuevo, por otra parte. Ya desde mediados de los 90, los grupos nazis y fascistas hacían campañas contra el 'genocidio blanco', el 'racismo antiespañol' o denunciaban el Plan Kalergi.

No debería sorprender, pero sí preocupar, la tranquilidad con la que ciertas izquierdas conviven con determinados discursos propios de la extrema derecha. Y no solo en el tema de las migraciones. Jorge, al menos, tuvo el valor de reconocerlo. Otros, sin embargo, hacen malabares, y, mientras rehúyen de dicha etiqueta, usan los mismos marcos y hasta el vocabulario de la extrema derecha para ridiculizar las sospechas: que si dictadura progre, que si globalismo, que si la cultura de la cancelación, y que si ser un jodido racista es ser 'políticamente incorrecto'. Pero no hace falta irse a los engendros de la izquierda reaccionaria para ver el racismo y la deshumanización de las personas migrantes, reducidas a meros instrumentos de trabajo o víctimas de sus propias culturas, consideradas por estos mismos o incompatibles con las europeas, o directamente inferiores. Basta con ver las políticas migratorias de los gobiernos considerados progresistas (incluido el nuestro), para ver que no difieren demasiado de las que aplica la derecha cuando gobierna. La Europa Fortaleza es una realidad, gobierne quien gobierne. Y no admite más que gestos caritativos, abrazos a pie de playa y otras fotos de white saviour para calmar nuestras conciencias y pensar que somos buena gente.

Estas semanas, la plataforma vecinal Orriols En Lucha, que reúne a gran parte del tejido asociativo del barrio obrero más intercultural de València, está llevando a cabo una gran labor de concienciación y movilización a causa de los constantes incidentes que mantienen el barrio en vilo. Peleas, tráfico de drogas y robos hicieron saltar las alarmas, y se temía que la ultraderecha, que ya asomó el hocico, capitalizase el descontento, siendo el terreno perfecto para ello. Sin embargo, el vecindario dio una lección. Se exige seguridad, pero también, para ello, medidas contra la precariedad y la degradación del barrio. Seguridad para andar por la calle, pero también para que un banco no te eche de casa. No se habla de nacionalidades, de culturas, razas o color de piel. Se manifiestan conjuntamente las asociaciones de vecinos, gente de diferentes nacionalidades y confesiones. Poco espacio para la extrema derecha. Discursos de clase, antirracistas y de unidad frente a la precariedad y por la seguridad. No vino ningún Le Pen a darles respuesta. Fueron los propios vecinos quienes la pusieron sobre la mesa, y frenaron así la tentación de quienes pretendían racializar los problemas y dividir a los vecinos entre manadas de negros y respetables valencianos.

La izquierda no puede competir con la ultraderecha pareciéndose cada vez más a ella. Cada plagio o cada marco comprado, es una victoria para ellos. Cada cesión en materia de derechos humanos en nombre de la economía, la seguridad, de la nación o de la cultura dominante, es un paso más hacia la fascistización. La izquierda no puede aceptar como válidos los marcos supremacistas de la extrema derecha. Debe dar respuesta a los problemas materiales e inmediatos de la gente, sí, pero sin pisar las líneas rojas. En Orriols, no fue ni siquiera la izquierda, sino los vecinos quienes lo entendieron desde el primer momento.

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