Dominio público

Le Pen y la izquierda

Aldo Rubert

Investigador doctoral y docente en sociología política en la Universidad de Lausanne

Le Pen y la izquierda
Le pen, durante un acto de campaña.- Christophe Simon / AFP / dpa

Ante un nuevo duelo Le Pen – Macron de cara a las elecciones presidenciales francesas, hemos vuelto a asistir a ciertos comentadores que verían en Le Pen una candidatura "antiglobalista" o "antineoliberal", lo que explicaría que fuera ganando apoyos frente al neoliberalismo descarnado de Emmanuel Macron. Ya leímos ciertos análisis similares durante las elecciones americanas de 2016 que sugerían que Trump tenía un proyecto proteccionista frente al modelo más neoliberal de Clinton, a pesar de que tanto ciertos puntos de su programa como las políticas que llevaría a cabo después apuntan lo contrario. En el caso de la ultraderecha francesa, ¿habría algo de cierto en esto? ¿El programa proteccionista de Le Pen sería en cierto modo próximo al de Mélenchon, haciendo realidad aquello que "los extremos se tocan"? ¿Y si no es así, por qué Le Pen sigue cosechando tan buenos resultados entre los obreros?

En primer lugar, si nos paramos a leer el programa de la Agrupación Nacional de Le Pen podemos constatar que ha renunciado a dos medidas faro de su antiguo programa, la salida del euro y de la Unión Europea, que la alejan de posiciones "antiglobalistas". Por otra parte, a pesar de presentarse como la fustigadora de las medidas antisociales de Macron, la candidata ultraderechista ya no propone restablecer la edad legal de jubilación a 60 años para todos, ya no pone en cuestión la reforma laboral o la del desempleo y ya no defiende la semana laboral de 35 horas o el estatuto de los funcionarios.

Hay que decir que en el programa de Le Pen no existe tampoco ningún indicio de keynesianismo. Con su propuesta de la "prioridad nacional" prima una lógica malthusiana (el problema de redistribución de recursos estaría en que hay demasiados demandantes en el territorio) que excluye a los extranjeros de la asistencia social y los servicios públicos. La gran política social está en que recaudaría 100 mil millones de euros poniendo "fin a la inmigración" y ese dinero sería redistribuido entre "verdaderos franceses". Este capitalismo nacional, donde franceses pobres y ricos se darían la mano en la exclusión de los inmigrantes pobres, es calificado por el historiador Nicolas Lebourg de "etnoliberalismo".

De hecho, Le Pen defiende una visión muy neoliberal del rol del Estado: "El papel del Estado es crear un entorno propicio para el desarrollo empresarial". La candidata de ultraderecha propone privatizar los medios de comunicación públicos, reducir los impuestos de producción —como la cotización inmobiliaria de las empresas— y restringir las ayudas a jóvenes a aquellos que quieran montar su propio negocio. Más allá de la estéril reducción del IVA sobre los productos energéticos, sin establecer una lista clara de estos productos, su programa económico no propone grandes medidas "sociales" para los más pobres, sino lo contrario. Por ejemplo, medidas como la supresión de impuestos sobre bienes inmuebles hasta 300.000 euros y del impuesto sobre la fortuna inmobiliaria sólo beneficiarán a los ricos.

A nivel salarial tampoco propone aumentar el salario mínimo. Lo que propone es un modelo clásico de derechas basado en incentivos fiscales: Exonerar de cotizaciones patronales a las empresas que aumenten un 10% aquellos salarios inferiores a 3 veces el salario mínimo. En definitiva, el programa de Le Pen es perfectamente compatible con el orden neoliberal y de ahí que ya no genere rechazo en la patronal.

A pesar de estos datos, a Francia le ha perseguido el mito de ser una tierra donde los comunistas o los obreros de ayer votarían hoy al Frente Nacional. En Francia, esta tesis ha sido defendida principalmente por el politólogo Pascal Perrineau, que acuñó el concepto de "izquierdo-lepenismo". El principal problema de estas consideraciones es que no hablamos de las mismas personas ni de los mismos territorios. Los obreros (comunistas) de las generaciones anteriores son muy reacios a votar a la actual Agrupación Nacional y siguen votando a la izquierda o se abstienen. Hay un relevo generacional y son las nuevas generaciones que viven en territorios del Este y Nordeste, tradicionalmente más de derechas, las que pueden vacilar con un cambio de voto. Además, hay que recordar también que el Partido Comunista Francés no ha representado históricamente la totalidad del voto obrero. En 1967, De Gaulle ya reunía un 30% de este voto, y en la década de los 70, el voto de la izquierda (PCF y PS) no superaba el 70% entre masa obrera. La idea de una vieja clase obrera con "conciencia de clase" votando "en favor de sus intereses" es una imagen romántica pero ilusoria.

Si no observamos una transferencia de electores de izquierdas a Agrupación Nacional, sí que observamos una proletarización del electorado de Le Pen que, en esta primera vuelta, ha estado compuesto por un 36% de voto obrero y 36% de pequeños empleados. Basándose más en la composición social que en la ideológica, la politóloga Nonna Mayer habla más bien de "obrero-lepenismo". Pero si el programa de Agrupación Nacional es poco social, ¿por qué muchos obreros pueden todavía votar a Le Pen?

El primer factor que debemos considerar es la abstención que constituye el primer partido de las clases populares (francesas). Alrededor de 50% de los obreros suele abstenerse en primera vuelta y, hoy, las clases populares, más distantes de partidos y sindicatos, tienen un voto más flexible. Sin embargo, si no todas las clases populares son de derechas, hoy más que ayer, las que votan lo hacen a la derecha. El Frente Nacional sólo empieza a atraer al electorado obrero a finales de los 90, cuando las nuevas generaciones ya no pueden depositar la esperanza de "cambiar el mundo" en el PCF y el PS tras el abandono del programa común que proponía la superación del capitalismo. Además, los obreros más propensos a votar a Le Pen son los que se autoposicionan en la derecha.

Podemos ver que el cambio significativo a nivel de autopercepción ideológica se encuentra en el descenso de obreros que se sienten de izquierdas, más que en un aumento de aquellos que se sienten de derechas. Hoy, sólo un 26% de obreros se reconoce en la izquierda, un 52% no se posiciona y se mantienen los que se reconocen en la derecha (23%). De acuerdo con los trabajos de Mayer, el voto a Le Pen no suele venir necesariamente de los más pobres, sino de clases populares que temen perder un estatus en forma de propiedad, trabajo o pequeño patrimonio potencialmente transmisible. Esta tesis ha sido afinada por otras investigaciones sociológicas

El trabajo de Violaine Girard sobre el voto al Frente Nacional muestra que el acceso a la propiedad en zonas periurbanas de ciertos grupos populares, que votarán a Le Pen, reúne una aspiración de dejar atrás la condición obrera y el afán de distinguirse de los más desfavorecidos. La búsqueda de respetabilidad en torno a la promoción individual y la valorización del esfuerzo contribuye al alejamiento de las familias descalificadas moralmente: las familias precarias donde suele interseccionar la clase con la raza.

El trabajo de Raphaël Challier sobre los militantes populares de Agrupación Nacional en las zonas rurales muestra que los trabajadores manuales en pequeñas estructuras, donde el antagonismo empleado/patrón no es evidente, integran la moral del trabajo y valoran el éxito económico por el esfuerzo. A estos valores conservadores se une que, al estar más cerca de una cultura material que intelectual, las profesiones culturales no sean admiradas y la izquierda esté asociada al asistencialismo. Se admira más a aquellos que han tenido éxito por la vía económica y son repudiados "los que no se esfuerzan", donde de nuevo se cruzan los más pobres con los de otra adscripción étnica.

En otro contexto rural con mayorías Le Pen, Benoit Coquard muestra que la competición profesional y matrimonial activa una preferencia local por la banda de colegas (sin excluir a los patrones): privilegiar a los "colegas" cuando sale un buen curro, por ejemplo. Ante una cruda competencia y un sentimiento de inseguridad, se activa una conciencia colectiva selectiva, "primero los colegas", que puede ser captada por la Agrupación Nacional cuando articula lo de "los franceses primero".

La desestructuración de partidos, sindicatos y discursos en forma de clases se acompaña de una visión menos dualista del mundo social (trabajadores vs. burgueses) en muchos contextos obreros. El sociólogo Olivier Schwartz hablaba de una conciencia triangular en  las clases populares, que combinaba un deseo de distanciarse tanto de una parte inferior de la jerarquía social (las fracciones precarias) como de una parte superior (las élites culturales y políticas). La candidatura de Mélenchon ha tenido mayores dificultades en el Este, antiguamente industrial y menos multicultural, pero sin embargo también ha logrado progresar.

En definitiva, las investigaciones sociológicas sugieren que este voto popular no está condenado a reproducirse siempre de la misma manera y que, según el contexto local o la campaña política, puede orientarse más "contra los de arriba" u otras veces más "contra los de abajo".

 

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