Dominio público

Si Anguita levantara la cabeza...

Ana Pardo de Vera

Julio Anguita en una imagen de archivo.
Julio Anguita, en una imagen de archivo.

Por Andalucía, el autoproclamado "frente amplio" de partidos a la izquierda del PSOE (Podemos, Izquierda Unida, Más País, Verdes Equo Andalucía, Alianza Verde e Iniciativa) cerró el viernes un acuerdo in extremis que lo fue tanto que dejó a Podemos y a Alianza Verde fuera. Es incomprensible, ¿verdad? Pues sucedió, y con documento firmado por todos y todo. Un quítate un correo electrónico de aquí para ponerme una impresora allá, dijeron unos, o unos apretones de último momento en el texto, dicen otras.

Unas por otros, en definitiva, la casa sin barrer. Y así pasaron tres décadas, que diría el maestro Machín si siguiera vivo, sirviendo a lo sumo, para darle el empujón al PSOE para gobernar. "Para hacer hacer al PSOE", que se dice en esa izquierda a la izquierda (me dan igual las siglas), esto es, para obligar (un decir) a los socialistas a hacer políticas más de izquierdas, o socialdemocracia radical, se entiende, porque ahora no pasamos de la moderada, y solo algunas veces. Ahí tenemos inamovibles a la monarquía o la ley mordaza, y con mucha marejada (sobre todo en Canarias) por la cuestión saharui, por cierto.

No acaba aquí la cosa: el mismo día de cierre de plazo para presentar candidaturas para las elecciones andaluzas del 19 de junio, se presentaba otra plataforma, dicen que a la izquierda de la izquierda de la izquierda del PSOE: Recortes Cero, que ya concurrió a las elecciones de 2018 obteniendo exactamente 7.027 votos (0,20%) y que vuelve liderado por Violeta Tercedor para presentarse en las ocho circunscripiones andaluzas. Todas ellas.

Volvamos a la izquierda de la izquierda del PSOE. ¿Por qué llegaron tarde a la firma del acuerdo Podemos y Alianza Verde para ir coaligados a los comicios autonómicos, que abren un nuevo ciclo electoral (sin que acaben nunca los anteriores)? Cuenta el compañero Sato Díaz en su magnífica crónica que, una vez solventado el asunto del candidato, Juan Antonio Delgado (Podemos), vs. candidata, Inmaculada Nieto (IU), a favor de ésta, fueron los matices del documento y una estrategia visible de presión desde Madrid por parte de Podemos llevada "hasta el límite" las que dejaron a la formación morada fuera de la candidatura. Eso sí, entendemos que de forma subsanable, porque entonces, el susto pasaría a ser un bochorno desde la izquierda de la izquierda hasta la derecha de la derecha, que no es lo mismo que la ultraderecha en términos democráticos. Aunque ésta sí se va reír con Macarena Olona en el papel principal. Y no están las izquierdas, en general, ni el PP, en particular, para darle ese gustazo, ¿verdad?


Nieto es una buena candidata, fajadora elegante en el cuadrilátero del Parlamento andaluz, que no es terreno fácil cuando gobierna la derecha gracias al respaldo de Vox. Y es una mujer, feminista, que debe sacar las vergüenzas de otra mujer ultraderechista, que no es feminista y reniega de un derecho humano como la igualdad con desprecio. Por eso, se entiende menos el carajal montado hasta última hora del viernes y desde Madrid.

Los votantes de izquierdas están muy hartos de las batallitas internas, créanme, y no solo la izquierda de la izquierda, que supongo que habrá una izquierda por cada ciudadano de izquierdas... intenten ponerlos a todos y todas de acuerdo, si no. Se emborrachan los partidos rojos de satisfacción con las guerras del PP sin darse cuenta de que la idiosincrasia de esta formación es la de recuperarse a la velocidad de la luz cuando ve volatilizarse demasiado el poder, aunque tenga que torturar y apuñalar a los suyos en la plaza pública. Nadie parece haber interiorizado bien el mantra de Pepe Mujica cuando explica por qué es tan difícil para la izquierda alcanzar acuerdos: "Las izquierdas se pelean por ideas y las derecha se juntan por intereses (...) Es una cruda lección de la historia y es bueno tenerla presente".

El victimismo ante el Estado profundo y todas sus terminales empresariales y mediáticas (lo mismo da, en realidad), judiciales, policiales o militares, o el machacado mantra de que viene la ultraderecha, cuando ésta se instaló mejor que nunca en el Congreso (y subiendo) con una repetición electoral en 2019 por la falta de acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos, no sirven ya más que para anclar a los y las entregadas a la causa, cada vez menos. Esto es, no suma.


¿Es injusto? Es la meteórica y leve política del siglo 21, y aunque no es extrapolable a la realidad española prácticamente, hay una lección que aprender en Brasil: Lula da Silva ha pasado meses en la cárcel por culpa de un Estado profundo de mucha y muy alta gama y está a punto de volver a alcanzar la Presidencia. Su política, que no excluye ni mucho menos la denuncia del fascismo de Bolsonaro, pero sin rasgados de vestiduras "históricos" todos los días, a todas horas, se parece más a la línea idolatrada por ese líder de la izquierda, y no solo, que fue Julio Anguita: "Programa, programa, programa. El programa significa pensar qué haremos mañana y con quién contamos, cuánto cuesta... es lo más serio que puede hacer un político".

La política no es un informativo ni menos aun, una tertulia; es muchísimo más que eso, y empieza en la calle más remota del mapa. Pero esa calle está ocupada hoy por la ultraderecha mientras la izquierda debate entre sí sus ideas para configurar una candidatura (o dos); geniales, sin duda, pero que ni pagan la luz ni bajan la gasolina ni suben los precios al sector primario. Es su última oportunidad antes de que puedan ir a una hecatombe en Moncloa en 2023. O antes.

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