Dominio público

En diciembre se examina la coalición, no los partidos

Daniel V. Guisado

Politólogo. Asesor político.

En diciembre se examina la coalición, no los partidos
La ministra de Ciencia e Innovación, Diana Morant (i) y la ministra de Igualdad, Irene Montero (d), durante una sesión de control al Gobierno mientras interviene el presidente del Ejecutivo, en el Congreso de los Diputados, a 8 de marzo de 2023, en Madrid (España). Eduardo Parra / Europa Press
08/3/2023

Este artículo no trata sobre la Ley Solo Sí es Sí. Tampoco sobre las propuestas de reforma o el conflicto que han despertado las mismas. Mis credenciales para tratar estos temas escapan de lo que se debería exigir a cualquiera para hablar de ello con fundamento. Por el contrario, quiero intentar alejar el plano para entender la motivación y las consecuencias electorales detrás de un debate que, a tenor del 8M, no parece haber arraigado en la sociedad de la misma forma que en el Congreso de los Diputados.

La hipótesis es la siguiente. Existe una voluntad de tensionamiento motivada por la luz al final del túnel que representan los últimos meses de legislatura. Una tensión que tiene la consecuencia de achicar las probabilidades de reeditar el actual gobierno de coalición. A continuación, planteo la justificación de esta creencia.

En primer lugar, sabemos que la duración media de los gobiernos de coalición que hemos tenido en España es menor a aquellos de mayoría absoluta. Esto ya deja entrever que, históricamente, han existido condicionantes que han generado rupturas gubernamentales. Una inestabilidad que muchas veces viene motivada, como también sabemos, por la necesidad de diferenciación entre compañeros de Ejecutivo. Los últimos coletazos de coalición se ven como la oportunidad de maximizar (o minimizar) costes electorales y no tanto políticas públicas que implantar.

Así, y más allá del contenido legítimo del debate, es posible que los últimos desaires sobre vivienda, ley mordaza y la más actual reforma de la Ley de Libertad Sexual vengan precedidos por una estrategia de apretar filas propias, intensificar imagen y preparar argumentarios futuros. La falta de acuerdos está causada por discrepancias sustantivas, no cabe duda, pero también por tácticas electorales ya perfiladas.

Sin embargo, lo que en algunos contextos esto puede ser operativo para la competición electoral entre bloques (un partido intenta ganar centralidad y otro fidelizar tras varios años gobernando), en el momento presente puede ser desastroso. A los datos nos podemos remitir.

En la actualidad, el sentido del río electoral es de izquierda a derecha. Aunque los números puedan variar en función del origen y el momento, Unidas Podemos está perdiendo más hacia el PSOE de lo que puede ganar de otros lugares (entre 300.000 y 400.000 votos). Además, la formación de Pedro Sánchez está sufriendo fugas considerables hacia el PP de Feijóo (alrededor del medio millón de votos). Todo intensificado con la gran apatía que existe en el espacio progresista (de media, el porcentaje de gente que repetiría su voto en la derecha es significativamente mayor que en la izquierda).

La pugna dentro del bloque de coalición es espuria si ampliamos la imagen y vemos que su tamaño está disminuyendo por los motivos anteriores. Las tácticas que lleven a cabo rojos y morados serán inútiles si lo que acaban ganando unos lo pierden los otros. Una suma cero agravada por un Feijóo receptor de cada vez más votos.

Pero más allá de números existe una dimensión simbólica que puede complicar, todavía más, las posibilidades de reedición. El pasado diciembre 40dB publicó un estudio donde investigaba la imagen del gobierno de coalición entre la ciudadanía y los votantes. En él se veía que hasta el 41,8% de votantes del PSOE prefería la coalición en lugar del gobierno en solitario. Y una parte cada vez mayor de los mismos creía que el entendimiento con Unidas Podemos lograba gobernar más estable, competente, transparente y justamente. Una fotografía difícil de soñar hace tan solo cuatro años, cuando existían numerosas resistencias internas y externas a la entente entre ambas formaciones políticas.

La acumulación de polémicas puede no solo intensificar la merma de tamaño electoral, también romper la imagen que el primer gobierno de coalición de la historia reciente ha conquistado con trabajo.

Este diciembre se votará una suerte de plebiscito gubernamental, no tanto una reordenación de fuerzas electorales, y la cuestión que resonará en la cabeza de millones de personas será la de si ha merecido la pena. Si la sedimentación de leyes, polémicas, políticas y gestión tiene saldo positivo o negativo.

Teniendo en consideración la corta memoria de parte de la ciudadanía y lo ajustada que está la partida, más valdría evitar mirar por la mirilla de la puerta y bajar a la calle. La prueba más evidente quizás la tuvimos el pasado 8M, donde todos pudimos comprobar que la polarización que emana el Congreso no ha tenido eco en la ciudadanía. Este diciembre se vota conjunto y no partes. Y más vale cuidar más el primero y obsesionarse menos con lo segundo. Entender y desoír esto sería buscar más la oposición que la gobernanza.

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