Dominio público

Sumar, restar y ensimismarse

Ana Pardo de Vera

En su edición del domingo, La Vanguardia publicó una extensa tribuna de Bill Gates hablando de Inteligencia Artificial (IA) y su impacto en nuestras vidas, que ya es una realidad. Pese a que Gates transmite optimismo -o lo intenta- en su texto sobre la evolución tecnológica imparable, sus palabras generan la inquietud de la incertidumbre: sabemos que todos los avances traen progreso a la par que dificultades y abusos de todo tipo si no hay una gestión ordenada y ética de forma paralela por parte del ser humano.

Lo estamos viviendo con el gran hermano de los datos en nuestros dispositivos, con los empleos sustituidos por la IA y otros mecanismos menos avanzados (en La Vanguardia, Gates cifra en una cuarta parte de los empleos europeos la que estaría amenazada por la IA) y con los abusos, en general, de las grandes empresas tecnológicas. Solo la correcta asunción y gestión pública de nuestros derechos humanos y libertades fundamentales impedirán que una perfecta distopía como la de las máquinas volviéndose contra las personas nos alcance en unos días; sí, ya son unos días.

Hablamos, es evidente, de alta política y hablamos, por encima de todo, del presente y futuro de las generaciones que vienen. Al mismo tiempo que leía el texto de Gates, tan bien traído en un católico Domingo de Ramos, seguía desde fuera de Madrid el lanzamiento de la candidatura de Yolanda Díaz a la Presidencia del Gobierno para las generales de finales de este año. Éxito de convocatoria sin paliativos y fracaso de Podemos -que será el de Sumar y el de la coalición de Gobierno si acaba en el precipicio de la división definitiva- en un pulso que nadie entiende, en primer lugar, porque hasta las generales y el diseño de la candidatura quedan, como mínimo, ocho meses; y en segundo lugar, porque fue el líder de la formación morada y de la coalición Unidas Podemos, hoy en el Gobierno, quien pidió a Díaz que liderara un nuevo espacio -y probablemente, la última oportunidad a largo plazo- para aglutinar una izquierda rota, desarticulada y enfrentada, que cogobierna aquí y allá, en municipios, autonomías y también el Gobierno del Estado, formando alianzas con el PSOE para evitar dar el poder a la (ultra)derecha. Esto, además, que permite a España ir avanzando, no sin enormes dificultades -y, a veces, exasperante lentitud-, para seguir siendo un país referente en derechos sociales, feministas e igualitarios, con la protección del o la más vulnerable siempre por bandera. Y la vigilancia sin tregua de los medios de comunicación que creemos en esa igualdad, en la justicia social, como base ineludible en la construcción de sociedades y denunciamos, por tanto, cualquier interés y/o corrupción de cualquier tipo que pretenda pervertirla.

Cuando Podemos empezó a conformarse como alternativa al PSOE, Público estuvo ahí, desde el principio, informando sobre las denuncias que hacían sus líderes contra la corrupción del Estado y la desigualdad rampante que habían traído las políticas neoliberales practicadas, también, por el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero en 2010 y los pactos con el PP de Alfredo Pérez Rubalcaba, después, por ejemplo, para aforar al rey emérito.


Este periódico fue pionero en la denuncia de las pestilentes cloacas de Interior, del PP y de Mariano Rajoy, que trabajaban a una y con la ayuda del comisario Villarejo para garantizarse el poder y cargarse el Estado de derecho, la Justicia y todo lo que fuera necesario para tapar su inmundicia corrupta. Público denunció cada día, cada minuto, la colaboración necesaria que periodistas y empresas habían tejido para aniquilar a adversarios políticos que habían traspasado la frontera que va de ser disidencia simpaticona a ser rivales peligrosos para el poder con su apoyo popular creciente; me refiero, claro, al independentismo catalán y a Podemos. Público hizo su trabajo: denunciar y no callar ante nadie.

Tampoco se calló y denunció con contundencia el golpe de mano de poderes fácticos y la vieja guardia del PSOE, liderada por Susana Díaz, que echó (sic) a Pedro Sánchez de la sede nacional socialista porque se negaba a apoyar otro Ejecutivo de Rajoy, con todo lo que sabíamos ya y lo que supimos después (e imaginábamos entonces, con indicios clamorosos por todo el subsuelo estatal). Después fue el hoy presidente del Gobierno quien, una vez llegando a este cargo contra todo pronóstico y la única moción de censura exitosa en la democracia postfranquista, intentó pactar con Ciudadanos y ningunear a Unidas Podemos. Denunciamos y alertamos sobre los compromisos de Sánchez y cómo los estaban rompiendo alegremente a cambio de una Vicepresidencia para Albert Rivera, la que buscaban los poderes del Estado a los que nunca se vota. Publicamos el fracaso de PSOE, sobre todo, y de Unidas Podemos, también, al no pactar una coalición de Gobierno y dejar que la ultraderecha de Vox se instalase cómodamente como tercera fuerza en el Congreso por culpa de la repetición electoral de 2019.

Estos años de Ejecutivo de coalición, pandemia y guerra en suelo europeo mediante, hemos vigilado hasta la radiografía láser las políticas de esta nueva forma de hacer política en 44 años de democracia. Denunciando las contradicciones, la lentitud, las interferencias descaradas de las elites antidemocráticas en la gobernanza, los personalismos que tanto entorpecen la gestión y el ruido de la diferencia potenciado por las portadas y una digestión de la información que resulta, como mínimo, asfixiante. Con todo, el balance general es bueno; sigue siendo insuficiente, pero es positivo en medidas económicas y de derechos humanos.


Lo más sorprendente, llegados a este punto, es que alguien tenga alguna duda sobre el papel que nos toca jugar en este momento a los periodistas, en general, y a Público, en particular, que es el de siempre, en realidad: denunciar las incoherencias y señalar a la gente la ruptura de compromisos y las zancadillas para evitar que el plan progresista continúe con las muchas cosas que quedan por hacer en este país. Les confesaré una cosa que ustedes ya saben, pero así lo dejo por escrito: por esas cosas de la vida (y de las izquierdas todas), a este periódico siempre le ha ido mejor con gobiernos de derecha que progresistas; cuanto más corruptos y autoritarios, mejor para nosotras. Y la razón es muy simple: las izquierdas siempre tienden a reagruparse y ser conscientes de las prioridades cuando no tienen el poder, por ejemplo, cuando el viejo aparato de Ferraz se fue contra Sánchez en una operación digna de una película de gore político. Todas las izquierdas se unieron a favor del hoy presidente, ya ven, denunciando la clamorosa injusticia y el golpe palaciego contra quien se negaba a que Rajoy gobernara gracias al PSOE. Hubo una reacción histórica que llevó a las bases a apoyar al candidato a líder socialista que no era el oficial y Sánchez ganó. La izquierda aplaudió y el resto de la historia la conocen y la tienen en Público.

De aquellos polvos, hay un Gobierno progresista de coalición y algunos lodos, entre ellos, varios relacionados con eso del "mejor, tocar fondo con una coalición PP-Vox en La Moncloa"; un erigirse como la única alternativa, la pura izquierda (evitando por supuesto, asumir responsabilidad alguna en ese desastre, si se diera), y un aprovechar el tirón que dan los gobiernos de (ultra)derecha a las izquierdas, que no es más que el de reagruparse en la indignación y sentirse, por tanto, más en forma política, quizás con más seguidores y audiencias, pero perdedor, al fin y al cabo. Aunque no tanto como la sociedad que aspira a progresar y no a retroceder; no tan perdedoras como las feministas, ecologistas o colectivos vulnerables, que se verán abocadas al retroceso y el señalamiento por parte de los intolerantes, que aún son muchos y muchas. Y, por ejemplo, con la Inteligencia Artificial sin control y en manos de la rapiña neoliberal, que al final, es lo que me ha traído hasta aquí: la que se nos viene encima y algunos siguen prefiriendo el cuanto peor, mejor. La política del ensimismamiento en este preciso instante y a la izquierda; qué pobreza.

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