Dominio público

España es un reino de desmemoria e impunidad

Noelia Adánez

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología

España es un reino de desmemoria e impunidad
El Rey emérito Juan Carlos I y su hijo, el Rey Felipe VI. EFE

Es difícil creer que Juan Carlos de Borbón no tenga más hijos e hijas que los reconocidos como herederos y la tal Alejandra, de cuya existencia tenemos conocimiento ahora las españolas. Poco nos importa la vida sexual del exmonarca allí donde no da frutos, pero si los da, entonces necesariamente nos importa, pues al tratarse de la monarquía la genética es cosa relevante.

Comisiones, hijos e hijas secretos, cacerías, fortunas en paraísos fiscales, amistades peligrosas y un retiro que es claramente una huida le está poniendo difícil incluso a los más convencidos defender al rey anterior. Hasta quienes todavía hoy nos advierten que pocos son los peajes que hemos pagado las ciudadanas en agradecimiento al monarca que pilotó con mano firme la Transición, paró el golpe de Estado del 23 F y nos trajo hasta las plácidas costas de la modernidad democrática, van a tener complicado recomponer la figura de un rey cuyo comportamiento privado es reprensible no por razones morales -que ya ves tú- sino por otras muy políticas. El desgaste de una monarquía que heredamos de la dictadura franquista no conoce más límite que el silencio sordo en el que se ahoga el debate que, como sociedad, se nos hurta.

Mientras avanza la campaña electoral y la política alcanza cotas de degradación que asustan, mientras se prometen medidas imposibles, se solventan y cierran listas a mamporrazos y presidentas autonómicas dicharacheras bailan al ritmo de la tuna; mientras el Partido Popular trata de boicotea al gobierno de España acudiendo a Europa para deslegitimar -una vez más- a las instituciones democráticas en nombre de su defensa (retorcer, retorcer y retorcer); mientras todo esto sucede el emérito "nos visita" y con él lo hace su pasado.

Su etapa anterior como rey que reinó, sin embargo, emerge envuelta en el conflicto cuando apagamos el televisor a través del que Victoria Prego nos contó, a un par de generaciones de españolas, el importante papel que el monarca jugó en el establecimiento de la democracia en España y en el sostenimiento de un sentimiento patrio de unidad frente a los peligros del separatismo y la violencia de ETA.

Juan Carlos fue una pieza clave en el engranaje de un Estado que nació con vínculos demasiado evidentes con la dictadura franquista y así como hay instituciones hoy que todavía piden a gritos un saneamiento democrático, así también la monarquía que encarnó el emérito y hoy representa su hijo tiene pendiente un diálogo adulto con la sociedad española, en forma de rendición de cuentas. Y rendición de cuentas no es lo mismo que transparencia. Es algo un poquito más serio que no cabe en la pestaña de una web institucional. Tiene que ver con que las acciones del pasado tienen consecuencias.

Hablando del pasado y de rendir cuentas, esta misma semana, en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, los restos del falangista José Antonio Primo de Rivera han sido al fin exhumados del valle de Cuelgamuros. La televisión pública y algunos otros medios de acreditada seriedad e importancia han bautizado a los falangistas que acudieron a montarla de "simpatizantes". Una se quedó pensando en que al menos podrían haberles llamado "antipáticos simpatizantes" porque su actitud, desde luego, no era la de una alegre caterva de seguidores sino la de un grupo violento a cuya contención la policía se aplicó con una mesura que ya nos hubiera gustado que observaran, pongamos por caso, en un desahucio.

En la red social de Elon Musk la expresidenta de Madrid Esperanza Aguirre, Grande de España y pariente política del emérito -según se deduce de informaciones con las que se especula en esa misma red a cuenta de Alejandra, la ilegítima del monarca- arrojó dudas sobre la aportación de Primo de Rivera al golpe de Estado del 36. Por lo visto que al "agitar la calle" el falangismo proporcionara a la opción catastrofista no solo la carne de cañón sino la coartada con la que avalar sus tesis y justificar el golpe no es algo que pruebe su vinculación con el mismo pues, como dijo Esperanza, al fin y al cabo, cuando tuvo lugar José Antonio estaba en la cárcel. No es inocencia, tampoco ignorancia culpable. Es la actitud de quien desde la atalaya de su propia impunidad la distribuye generosamente entre otros muchos que, como ella, se zafaron y se zafarán de rendir cuentas. Todos prístinos, todas impunes.

Tal vez ahora que sobrevuela la idea de un parentesco entre el anterior monarca y la otrora baronesa del Partido Popular se entienda mejor la defensa que la segunda hizo del primero hace apenas unas semanas, cuando se le criticó su proyectada "visita" a España (finalmente perpetrada en estos días) y se le pidió que si no era para rendir cuentas, nos ahorrara la cortesía. "Que se deje en paz a Don Juan Carlos", terció la condesa consorte en unas declaraciones en las que también avisó de que "la culpa es de una señora de dudosa reputación". Y no, no estaba hablando de Alejandra de Rojas -esposa de su sobrino Beltrán Cavero- quien tomó sus apellidos del marido de su madre, Eduardo de Rojas Ordóñez, amigo personal del exhumado José Antonio Primo de Rivera y, junto con él, uno de los principales impulsores de Falange.

Pues eso, España es un reino de desmemoria e impunidad.

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