Dominio público

La justicia social es un invento de la izquierda

Miquel Ramos

Periodista

La justicia social es un invento de la izquierda
La presidenta de la Comunidad de Madrid y del PP de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, a su llegada a un almuerzo con afiliados y simpatizantes del partido en Aranjuez, a 3 de mayo de 2023, en Aranjuez, Madrid (España). Previo al almuerzo, Ayuso ha dado un paseo por la localidad para apoyar a la alcaldesa popular de Aranjuez, candidata a la reelección, María José Martínez.- EUROPA PRESS

La pasada semana, las declaraciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz-Ayuso, durante un acto político del PP volvieron a hacerse virales y a convertirse en noticia tras atribuir a la izquierda la defensa de la justicia social. Literalmente, dijo que la justicia social era "un invento de la izquierda para promover el rencor, una pretendida lucha de clases en la que perpetuarse". Aunque su intención fuese dar una pirueta retórica neoliberal y antiestatista, le regaló a la izquierda una de las banderas más preciadas todavía en las democracias liberales y la que la mayoría de las derechas no se atreve del todo a soltar.

Atribuir la justicia social a la izquierda es en realidad un regalo que se debería saber rentabilizar. El PP había usado ya este término en su propia ponencia social del 18 Congreso del partido en 2017 coordinado por Javier Maroto. Textualmente, el punto cinco del segundo apartado dice que el PP quiere "seguir promoviendo las condiciones sociales adecuadas para que todos los espan?oles puedan desarrollar su proyecto de vida en un marco de libertad y justicia social". Que el PP renunció a ello en la práctica ya lo sabíamos por experiencia. Que hoy lo haga también simbólica y retóricamente, es además un gesto de honestidad, aunque no lo pretendiera.

Ayuso quiso mezclar aquí varias cosas. Por una parte, pretendía emular la ridiculización que hace la derecha norteamericana de los progresistas, a los que llama despectivamente ‘guerreros de la justicia social’.  Por otra, denigrar la lucha de clases en vez de negarla, atribuyéndola a la eterna envidia de los pobres, que nunca se esforzaron y que lo que pretenden es usurpar a quien labró su éxito a base de esfuerzo: "Tenemos unos gobernantes que no respetan, pero tampoco defienden valores básicos fundamentales. Esa cultura del esfuerzo, del sacrificio, la normalidad de la gente de bien, que cumple las normas", dijo. Pero se refería a otros gobernantes, claro, no a ella ni a los de su mismo partido, no se confundan.

Los mensajes de Ayuso no son improvisaciones ni fruto de su ignorancia, sino que están perfectamente calculados por un equipo asesor para dirigir los debates hacia donde ellos quieren y bajo el marco que les interesa, con un estilo particular que a menudo atribuimos a Donald Trump (y llamamos Trumpismo), pero que hace años que la extrema derecha lo representa. Con o sin pinganillo, (eso de momento no lo sabemos) es obvio que su éxito electoral así lo constata, y que, aunque tenga un buen equipo de comunicación detrás, ella es capaz de conectar con una gran parte del pueblo, (y no solo madrileño), aunque a la otra parte le resulte insultante y trate de imbéciles a quienes la votan o la admiran.


Otro tema es la característica que le diferencia de una gran parte de los miembros de su partido, que es introducir elementos de las batallas culturales de la extrema derecha de la manera en la que ella lo hace. Aunque quien ha destacado en esto los últimos años ha sido Vox y su entorno (influencers, youtubers y supuestos periodistas), Ayuso ha sabido pisarles el charco y hacerse con gran parte de su nicho de mercado, algo que otras derechas convencionales llevan tiempo haciendo en otros países. Estas derechas, más acostumbradas a convivir con los ultras en las instituciones, están ya contaminadas o rendidas a su retórica y su programa debido a la normalización progresiva que les han concedido las democracias occidentales. Así, el eje cada vez más hacia la derecha marca también el ritmo de una parte de la socialdemocracia más permeable, menos íntegra y más cómplice cuando le conviene.

El darwinismo social está en el ADN de la derecha. Pretende hacer creer que quien es pobre es porque es un vago, porque se lo merece. Y que quien es rico es porque se lo ha ganado, porque se ha esforzado, independientemente de sus apellidos y de cómo logró serlo. Es el mantra del neoliberalismo, el todo el mundo puede llegar a ser presidente de los Estados Unidos, hacerse millonario desde un garaje como Steve Jobs o empezar repartiendo camisetas como Don Amancio. No hay ni debe haber lucha de clases, dicen. Hay competición por ser los mejores. Lo demás, (la justicia social, el reparto de la riqueza, los impuestos a los ricos o la intervención del Estado), son trampas y pura envidia. El mercado se regula solo y otras leyendas del capitalismo que nos inculcan día tras día.

Todavía no había cerrado este texto cuando llegó la noticia del suicidio de un hombre de 54 años en Paiporta, València, justo cuando llegaba la comitiva judicial para desahuciarlo. Para quienes niegan y ridiculizan la justicia social, para quienes ponen el foco en ‘los okupas’ y nunca en los desahucios o en los especuladores, esta nueva víctima del libre mercado posiblemente no se esforzó lo suficiente. Para nosotros y nosotras, que seguimos pensando que estas muertes se pueden evitar, la justicia social y la lucha de clases sigue siendo no solo una reivindicación justa, sino puro instinto de supervivencia. Que las derechas empiecen a soltar estas banderas significa que por fin confiesan que no buscan mejorar la vida de la mayoría, sino velar por sus intereses. Ya lo dijo el multimillonario Warren Buffet hace unos años: "Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando".


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