Dominio público

Hacer política desde el arraigo territorial como realidad y no como fetiche: reflexiones desde Andalucía

Toni Valero

Coordinador de IU Andalucía y diputado de Sumar en el Congreso.

Barrio de El Albaicín, Granada.- LANOEL
Barrio de El Albaicín, Granada.- LANOEL

Las elecciones gallegas han evidenciado lo obvio: frente a la espectacularización de la política en la que se mueven como pez en el agua las fuerzas conservadoras y reaccionarias, la izquierda requiere disputar el sentido común también face to face, en los espacios de socialización cotidiana de la gente. Algo difícil, tedioso y erróneamente considerado caduco durante mucho tiempo.

El éxito del BNG es interpretado como una validación de la importancia de la organización ligada al territorio y se apela al arraigo territorial como solución en el nuevo tiempo político. El problema es convertir el arraigo en otro fetiche de efecto antiinflamatorio sin acometer en profundidad la difícil tarea de hacer política desde el arraigo territorial.

Considero que el arraigo territorial no se consigue por decreto, ni surge desde impulsos de fuera del territorio en cuestión. No se implanta desde arriba y no se circunscribe solo a diversificar la imagen de un partido acorde a las realidades territoriales y nacionales, a hablar más de los problemas propios de cada territorio y a proponer cabezas de cartel con los pies en los contextos en los que quieren ser un referente. Todo eso va de suyo, pero es insuficiente y no responde a las condiciones sobre las cuales se da, o no, el arraigo territorial de una fuerza política de izquierdas.

Desde la humilde pero larga experiencia de Izquierda Unida-Convocatoria por Andalucía (IU-CA) considero que el arraigo de una fuerza política de izquierdas funciona si las relaciones entre militancia y estructuras se dan de abajo a arriba. Cuando el sujeto organizado en el territorio, es decir, las personas que se congregan en una asamblea, círculo, agrupación, núcleo o cómo quiera llamarse el espacio de agregación política, tienen capacidad de decisión.

Sin soberanía de las bases no hay arraigo. Una soberanía compartida en función de las decisiones a tomar, pero que en ningún caso priva a ninguna persona de participar en la toma de decisiones. Hablando en plata: sin bases que puedan decidir sobre el programa electoral, sobre la estrategia política colectiva, sobre las estructuras "de dirección" y sobre las candidaturas, no hay bases sobre las que arraigar un espacio político supramunicipal. Las primarias o cualesquiera otras formas de elección de candidaturas en las que las bases tienen la capacidad de proponer y decidir es condición indispensable para hablar de soberanía compartida y, por ende, de bases que conectan los proyectos a sus realidades cotidianas. Pero no solo la elaboración de candidaturas, también tienen que darse procedimientos y entramados organizativos en los que cualquiera pueda intervenir en el día a día de su fuerza política. Por eso también hay que hablar de la subsidiariedad de los espacios institucionales con respecto al resto de la organización. No hay bases organizadas que arraiguen un proyecto si su papel no es central en el sujeto político común, si su utilidad se restringe a pegar carteles, hacer ‘retuits’, acudir a actos y hacer donaciones económicas. Ese tipo de bases solo se las pueden permitir los partidos con enorme poder institucional desde el que incorporar a sus militantes o partidos-marca de obsolescencia programada.

Otra condición de posibilidad para que las fuerzas de izquierda estén arraigadas pasa porque sean parte del tejido social. Es crucial que gran parte de la actividad de las bases acontezca en los movimientos sociales, asociaciones, sindicatos, etc. Nada nuevo, esto es más viejo que el hilo negro. Una actividad que debe ir orientada a fortalecer y ensanchar el tejido social no a hacer de correa de transmisión de su fuerza política. No es casualidad que el descenso en la afiliación a las fuerzas políticas de izquierda haya ido parejo al debilitamiento del tejido social. Esto daría para otro artículo, pero conviene, al menos, apuntar la desarticulación de muchos movimientos sociales en los últimos años como consecuencia de enajenar la responsabilidad de los cambios políticos exclusivamente al ámbito institucional. A esto añadimos que la pandemia fue nefasta para el sostenimiento del tejido social. Costó mucho recuperar espacios de agregación política tras meses o años sin actividad como consecuencia de la pandemia.

También hay que propiciar que la gente corriente se incorpore al proceso político y pueda ser protagonista en sus organizaciones políticas. En la vida cotidiana de nuestros barrios y pueblos están quienes vinculan los proyectos políticos a esas realidades. Esas personas anónimas para el común de la gente, pero claras referencias en sus entornos cotidianos, son los asideros del proyecto político allá donde también se disputa el sentido común.

Con todo esto estoy hablando del indispensable papel que juega la militancia de base para arraigar al territorio los proyectos políticos. Esa militancia que encuentras en los conflictos laborales, en asociaciones de todo tipo o montando casetas en fiestas populares.

Esta militancia pone los pies en la tierra a las organizaciones políticas y da la cara en la barra del bar o en la cola del supermercado. Es capaz de trasladar estados de ánimo, de ilusionar e incorporar a mucha gente anónima al proceso político. La militancia facilita los espacios para acoger y movilizar los malestares, deseos y aspiraciones de la gente.

Militancia indispensable para sostener la representación institucional a nivel municipal y no poco importante en otros niveles. Bien es cierto que hoy día las campañas electorales se libran, cada vez más, en la televisión y las redes sociales. Pero sin el arraigo territorial que garantiza la organización de base difícilmente puede abrirse paso una fuerza política de izquierdas solo con una buena campaña electoral. Son tiempos políticos en los que muchos electores buscan respuestas en su entorno inmediato, con pocas expectativas en algo más allá de lo que perciben como propio. Hay un repliegue hacia el territorio de pertenencia.

La izquierda necesita más institucionalidad popular. Más espacios desde los que la gente se exprese colectivamente y que respondan a sus intereses de participación. El afán de arraigar al territorio los proyectos políticos ha de responder a este afán de favorecer la institucionalidad popular. Será bueno para las campañas electorales, pero, ante todo, será bueno para sostener un bloque político y social.

Cuidar a las bases y poner en valor el papel de la militancia siempre garantizará capacidad de resistencia. Tengo claro que es insuficiente para alcanzar otros objetivos para los que hace falta librar bien la batalla en los medios de comunicación, tener buenos liderazgos, sintonizar con los estados de ánimo de la gente e instalar los marcos narrativos. Pero si hablamos de arraigar a una fuerza política al territorio sí es indispensable la organización y el empoderamiento de la base.  Necesitamos certezas, referencias éticas en la cotidianidad de la gente y capacidad para canalizar todas las voluntades.

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