Dominio público

El PNV y la gran coalición

Jonathan Martínez

Periodista

El PNV y la gran coalición
El portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, interviene durante una rueda de prensa posterior a la reunión de la Junta de Portavoces, en el Congreso de los Diputados, a 18 de abril de 2023, en Madrid (España). Eduardo Parra / Europa Press

En mayo de 2018, con el yugo de la corrupción en la nuca del PP, Pedro Sánchez plantó en el Congreso una moción de censura que iba a poner en aprietos a más de un diputado, no solo a los soldados de Mariano Rajoy sino también a los fontaneros de los partidos que estaban llamados a decantar la balanza. La bancada de Unidos Podemos, En Comú Podem y En Marea fue la más entusiasta. ERC y PDeCat, que arrastraban un bagaje de presos y palos en el referéndum, manifestaron sus dudas antes de prestar un voto de confianza. En las filas vascas el asunto estaba aún menos claro. EH Bildu miraba de reojo al PSOE y el PNV andaba de romance con el PP.

Durante los primeros meses de aquel año, las voces más autorizadas del PNV habían jurado por todos los medios que no avalarían los presupuestos del Estado mientras Rajoy sostuviera el artículo 155 contra Catalunya. "Es una cuestión de principios: con el 155 no jugamos", había dicho Andoni Ortuzar en los actos del Aberri Eguna en Bilbao. Los principios se disolvieron el mismo día de la votación presupuestaria y el PNV terminó uniendo sus fuerzas al PP y a Ciudadanos. El lehendakari Iñigo Urkullu lo consideró una decisión correcta en beneficio de la "estabilidad institucional". Al día siguiente, la Audiencia Nacional dictó condenas contra 29 acusados de la Gürtel.

La estabilidad institucional duró apenas unas horas. Al principio, cuando Sánchez avanzó la moción de censura, casi nadie daba un duro por ella. Hacía falta el concurso de los escaños independentistas, un tabú insalvable para la vieja guardia del PSOE. Rodríguez Ibarra, como un regañón de ultratumba, puso sus prioridades sobre la mesa de la Cadena Ser: "El independentismo me preocupa mucho más que lo que haya robado el PP". Algunas empresas vascas, beneficiadas por la lluvia millonaria de los presupuestos, le exigieron al PNV que no abandonara a Rajoy una semana después de haberlo abrazado. Ortuzar advirtió a Sánchez que se había precipitado.

Los acontecimientos se aceleraron y el PNV cambió de bando a última hora con la promesa de que sus empresas amigas conservaran las inversiones presupuestadas. Los nacionalistas vascos hacían valer así la posición decisiva de sus cinco diputados. Todos los ojos se habían posado en ellos. Eran el fiel de la báscula, el epicentro, el núcleo vital de la política del Estado. Aquello cambió en las elecciones de 2019. De pronto, con el nuevo Gobierno de Sánchez e Iglesias, los votos del PNV perdieron su valor negociador. Los escaños de ERC y EH Bildu habían conquistado esa ubicación providencial que condicionaba las mayorías. Las matemáticas pueden ser muy azarosas.


Siempre me ha llamado la atención el espectro tan amplio de opiniones que suscita el PNV entre los comentaristas de la izquierda estatal. Como mínimo, hay una confusa mezcla de simpatías y animadversiones, un puré de halagos y reproches que casi nunca se fundamentan en el conocimiento de la política vasca sino en las intervenciones del grupo jeltzale en las Cortes. Para algunos, el PNV es poco más que una réplica regionalista del PP, un viejo partido de orden, derechón y acartonado, que juega con provecho sus cartas en el tablero español. Para otros, sin embargo, es una derecha moderna y envidiable, un socio sensato, un aliado natural.

El éxito de un partido atrapatodo consiste precisamente en su maleabilidad, es sus límites flexibles y porosos, en sus pactos multilaterales. Igual que una filtración gaseosa, el PNV ha penetrado en sectores sociales diversos y hasta antagónicos, y ha conseguido convencer a antiguos adeptos del PP sin perder a sus fieles más acérrimos. Su distribución geográfica es igualmente dilatada y se extiende desde los escondrijos rurales hasta las capitales y los antiguos cinturones obreros. En un punto indeterminado, la política se ha cruzado con la fe y hay vascos que son votantes del PNV igual que son forofos del Athletic de Bilbao o devotos de la virgen de Begoña.

Pero hasta los dogmas más inquebrantables pueden hacer aguas. Si los comicios generales de 2019 minaron el protagonismo del PNV, las elecciones locales y forales del pasado mes de mayo acabaron por descomponer su hegemonía. EH Bildu se convirtió en la primera fuerza municipal y obligó al PNV a hacer malabarismos para preservar sus recintos de poder. Ya no les basta el apoyo del PSE. El PP, que hasta ahora ocupaba un papel marginal en la política vasca, ha resucitado gracias a la flaqueza jeltzale. La alianza entre PNV, PSE y PP es ya general y afecta tanto a los pueblos más recónditos como a las capitales y a las diputaciones forales.


El PNV ha perdido el 20% de sus votantes, es cierto, pero no hay mal que por bien no venga. Si las tendencias se confirman, Núñez Feijóo podría instalarse en la Moncloa y el partido de Aitor Esteban volvería a ser el interlocutor vasco preferente del Gobierno español. EH Bildu ha sido capaz de negociar leyes y presupuestos con Sánchez pero mantiene una confrontación inconciliable con la derecha. El PNV, en cambio, ha hecho valer su voluntad ambidiestra. Esto no va de Sánchez o Feijóo, dice Ortuzar, sino de quién representará a la ciudadanía vasca. Sabe que con el PP en la Moncloa EH Bildu dejará de ser una competencia.

Aitor Esteban le reclama ahora al PSOE que facilite los gobiernos del PP en solitario para evitar que Vox conquiste parcelas de mando. En ese planteamiento coincide Pablo Motos, que el otro día le pedía al presidente un sacrificio: regalar el Gobierno a Feijóo para no engrandecer a Abascal. El presentador de El Hormiguero insistía en sus loas a la gran coalición. "¿Tan difícil es que dos partidos estupendos como el PP y el PSOE lleguen a un acuerdo sin necesidad de la extrema izquierda y la extrema derecha?". Vox es la palanca que emplea el viejo régimen para demonizar a la izquierda y restaurar el bipartidismo junto a sus burguesías regionales.

Hubo un tiempo en que se habló con interés sobre las dos almas del nacionalismo conservador vasco. Existía un PNV guipuzcoano liderado por Joseba Egibar, que recogía el hilo soberanista de Arzalluz, y un PNV vizcaíno ligado a la nueva generación de tecnócratas de Josu Jon Imaz, Andoni Ortuzar e Iñigo Urkullu. Hace veinte años, cuando Imaz sucedió a Arzalluz, el partido cambió de rumbo para siempre. Cuenta Iñaki Iriondo en las páginas de Naiz que aquella mitad comandada por Egibar ya no existe porque se ha impuesto un PNV que desprecia a la izquierda abertzale y se reparte los cuartos con el PSOE y el PP. Es la gran coalición vasca. Algunos la sueñan ya en Madrid.

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