Ecologismo de emergencia

La ‘antitauromaquia’ de Goya

Juan Ignacio Codina

Periodista, doctor en Historia, subdirector del Observatorio Justicia y Defensa Animal y autor de ‘Pan y Toros. Breve historia del pensamiento antitaurino español’

La ‘antitauromaquia’ de Goya
Pie de foto: Grabado número 32 de la serie de Goya Tauromaquia (1814-1816). Fuente: Wikimedia Commons

Vamos a empezar este artículo por el final: Goya era un gran antitaurino, y utilizó su obra para denunciar la barbarie irracional que, a su juicio, supone la tauromaquia. Así como el célebre pintor denunció el horror y la locura de la guerra en sus Desastres, o el radicalismo religioso y a la Inquisición en obras como Auto de fe de la Inquisición, en su serie titulada Tauromaquia, Goya hace lo propio con la fiesta taurina, mostrando detallada y desgarradoramente la crueldad de las corridas de toros en su máximo esplendor de sangre, violencia y miseria. Esto es así hasta el punto de que esta serie debió haberse titulado, directamente, Antitauromaquia. La Antitauromaquia de Goya.

Sin embargo, a día de hoy, desde la trinchera taurina todavía son muchos los que siguen empeñados, a capa y espada o, mejor dicho, a puyazos y estocadas, en corromper la memoria del genial pintor aragonés, atribuyéndole una afición por la tauromaquia que no fue tal. No en vano, la figura de Francisco de Goya (1746-1828), universalmente reconocida, es el prototipo de lo que yo denomino taurinización de un personaje histórico. Es un fenómeno fácil de explicar: sucede cuando el relato histórico se tergiversa hasta el punto de hacer pasar una cosa por lo que no es. No importa la verdad, sino el relato, independientemente de que coincida mucho o poco con la realidad. Hoy en día se llama fake —o, si lo prefieren, algo muy burdo, adjetivo que, por otra parte, está ahora muy de moda— pero, en todo caso, se trata de algo que los taurinos llevan haciendo desde hace siglos porque, si en algo son expertos los taurinos, aparte de en divertirse torturando animales, es en la imposición del relato, de su relato. Llevan mucho tiempo haciéndolo. Llevan mucho tiempo imponiendo el pensamiento único taurino y, en muchas ocasiones, esto pasa por taurinizar la memoria de algunos personajes entre los cuales, como digo, destaca el caso del célebre pintor ilustrado.

Así, desde hace doscientos años se vienen vertiendo ríos de tinta defendiendo que Goya era un acérrimo aficionado a la tauromaquia. Debemos aclarar, una vez más, que detrás de esta postura están los taurinos quienes, siempre con el objeto de blanquear sus abominables gustos, han tratado de revestir la fiesta de arte, arrimándose a cualquier célebre personaje que, como digo, les permita, con su nombre y con su celebridad, blanquear tanta barbarie. Pero, ¿en el caso de Goya es esto verdad?, ¿realmente el pintor ilustrado era defensor de la tauromaquia? Vamos a intentar analizar esta cuestión desde los datos y desde el rigor. Pasamos directamente al análisis.

1. Primer problema: biógrafos taurófilos. El primer problema con el que nos encontramos en este caso es que Goya no dejó ningún testimonio escrito en el que, de una manera tajante, expresara su postura antitaurina, pero tampoco su supuesta afición a las sangrientas corridas de toros. Esto, unido a que el autor de los Desastres de la Guerra dedicara varias series de grabados a la tauromaquia, y a que los primeros biógrafos de Goya —como Valentín Carderera— eran muy pero que muy taurinos, permitió que, poco a poco, se fuera imponiendo la idea —el relato— de un Goya fanático de las corridas: alguien que asistía a las plazas vestido de torero y con la espada en la mano, o la de un Goya que, de joven, habría recorrido el sur de España formando parte de una cuadrilla de toreros. Ahí es nada, Goya torero antes que pintor. Una vez que los primeros biógrafos plantearon estas exageraciones, como mínimo descontextualizadas, por no decir inventadas ­—burdas, si lo prefieren—, el resto es sencillo: hay que repetirlas una y otra vez hasta que nadie las ponga en duda. Así hicieron, sucesivamente, otros biógrafos —y taurinos— de Goya, como Martínez Novillo o Lafuente Ferrari, quienes, permitiendo que su propia afición por la tauromaquia nublara el relato, sesgándolo hasta límites inimaginables, terminaron de apuntalar el falso mito de un Goya que se desvivía por la tauromaquia.

2. Tuvo que venir un inglés a dar la voz de alarma. Pero, ¿qué hay de verdad en todo esto? Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que estos episodios taurinos en la vida de Goya se han sobredimensionado, magnificado e incluso hasta inventado. Para empezar, debemos partir de la base de que la obra de Goya, como acabamos de decir, fue desde un principio evaluada por biógrafos que, a su vez, eran grandes aficionados taurinos, condicionando el relato. No ha sido hasta más recientemente que voces más objetivas y críticas han desmontado por completo este burdo intento de taurinizar a Goya. De hecho, tuvo que ser un profesor inglés, experto hispanista y gran estudioso de Goya, el que, a mediados del siglo XX, pusiera el grito en el cielo. Hablamos de Nigel Glendinning. Así, en su trabajo titulado A new view of Goya's Tauromaquia (1961), este autor propone una revisión de la obra con tema taurino de Goya para entenderla como «una sátira contra la fiesta de los toros, expresión de un mundo de rudeza y crueldad que entronca con el pesimismo acerca de la naturaleza humana», pesimismo que, por otra parte, está tan presente en el resto de la obra de Goya.

En todo caso, este historiador británico, licenciado por la Universidad de Cambridge, profesor de Oxford, catedrático y doctor Honoris Causa de la Universidad Complutense de Madrid, afronta esta cuestión desde la objetividad del experto que lo aprecia todo desde la perspectiva de un extranjero. Así, con una visión en absoluto viciada por la imposición del pensamiento único taurino, Glendinning llega a una conclusión clara: en sus grabados de tema tauromáquico, «Goya estaba mostrando deliberadamente la corrida de toros en su aspecto más bárbaro y brutal». Afortunadamente este profesor no es el único en pensar así. Más recientemente, el especialista en arte Medrano Basanta, o anteriormente personajes como Ceferino Araujo Sánchez, la mismísima Emilia Pardo Bazán u otros destacados nombres como los de Pallarés Moreno, Morales Saro, José Francés o Matilla Rodríguez, entre muchos otros, son de la misma opinión.

3. Goya, el gran ilustrado. Pero, sigamos avanzando un poco más en la investigación, y en los datos. Lo primero que hay que reseñar es que Goya fue un ilustrado y que, como él, la inmensa mayoría de ilustrados españoles fueron antitaurinos. Eran antitaurinos por definición: defendían la razón, la ciencia, la educación y el progreso. Es decir, todo lo contrario a lo que representa la tauromaquia. Pero, además, el pintor mantuvo una muy estrecha amistad personal con otros destacados ilustrados españoles, como con Juan Agustín Ceán Bermúdez o con Gaspar Melchor de Jovellanos —otro gran antitaurino, por cierto—. Así pues, lejos de poder considerar a Goya como un genio aislado de las circunstancias de su tiempo, se le debe reconocer como un hombre en contacto con su época y, en este sentido, con las ideas y principios de la Ilustración que, como digo, eran netamente antitaurinas.

4. ‘Los cuadros de la Academia’, la evidencia de la manipulación. Una de las evidencias de la manipulación —taurinización— a la que ha sido sometida la figura de Goya se aprecia muy bien en su serie titulada Los cuadros de la Academia. Se trata de una serie formada por cuatro obras: Corrida en un pueblo, Escena de Inquisición, Procesión de disciplinantes y Casa de locos. Como se puede uno imaginar por los títulos, en cada una de ellas Goya representa cuatro situaciones muy concretas: la tauromaquia, la Inquisición, el radicalismo religioso y la locura humana. Pues bien, hete aquí que todos los críticos de arte coinciden a la hora de señalar que, cuando Goya pinta Escena de Inquisición, está denunciando a esta institución religiosa; que cuando representa la Procesión de disciplinantes, arremete contra el radicalismo religioso; que cuando dibuja Casa de locos, la emprende contra la sinrazón de la humanidad pero, oh, qué casualidad, en la cuarta de las obras de esta serie, Corrida en un pueblo, Goya ya no denuncia nada, sino que lo que hace es ensalzar y alabar la tauromaquia porque, claro, era muy taurino él. La maniobra está muy clara: la tauromaquia no se toca. Mientras en las otras tres obras de esta serie Goya denunciaba, en la cuarta, por arte de magia, ya no denuncia, ensalza. En fin.

5. La ‘Tauromaquia’ de Goya y la incomodidad de los propios taurinos. Volviendo a su serie Tauromaquia, compuesta por un total de treinta y tres grabados antitaurinos que Goya publicó en 1816, debemos hacer una serie de consideraciones. La primera de ellas es que esta serie supuso un absoluto fracaso comercial para el pintor aragonés. Sus obras —no hay más que verlas— reflejan con tal realismo y exactitud la crueldad y la crudeza de la tauromaquia que ni los aficionados taurinos las quisieron comprar. ¿Quién querría contemplar tal aberración?, ni el más entusiasta aficionado taurino se quiso ver reflejado en ese espejo que Goya le puso delante, y en el que se veía mostrado como lo que es: un desalmado que, según parece, disfruta con la violencia, la muerte y la sangre.

De hecho, antes de la Tauromaquia de Goya, otro pintor, Antonio Carnicero (1748-1814), ya dedica una serie de estampas a las corridas de toros, titulada Colección de las principales suertes de una corrida de toros y que, como decimos, son anteriores a la célebre serie de Goya. Las estampas de Carnicero, que se asoman a la tauromaquia mostrando sus aspectos más pintorescos, más coloridos y, por decirlo de algún modo, más "amables", tuvieron una enorme repercusión y más éxito comercial que las de Goya. ¿Por qué?: si comparamos las estampas de Goya y las de Carnicero nadie, ni el más profano en arte o en tauromaquia, podría negar que  por su amabilidad, colorido y composición, las obras de Carnicero distan mucho de las de Goya, que son oscuras, sombrías, críticas, crudas y realistas en sangre y crueldad.

Como digo, el público taurino no quería ver recreada la crudeza del espectáculo, sino su parte más amable y costumbrista. Así pues, ni siquiera los aficionados taurinos quisieron adquirir las obras de Goya, tal vez porque no querían mirarse en ese espejo de violencia y barbarie que el pintor de Fuendetodos plasmó en su colección. Esto nos permite evidenciar que las intenciones de Goya no eran las de mostrar las supuestas amabilidades de las corridas de toros —como sí hizo Carnicero—, sino, sencilla y francamente, su brutalidad.

Dicho de otro modo: si Goya hubiera querido acercarse a las corridas de toros desde una perspectiva cercana y amable, como la de un aficionado enamorado de esta diversión, no hubiera plasmado en sus grabados la brutalidad y crudeza de las corridas de toros en todo su esplendor.

6. Las cartas a su amigo Martín Zapater. Uno de los pocos —por no decir el único— dato objetivo al que los taurinos se aferran para taurinizar a Goya lo encuentran en algunos pasajes de la correspondencia que Goya mantuvo con su amigo Martín Zapater. En la mayoría de los casos se trata de asuntos de juventud. Así, las escasísimas pruebas documentales que podrían demostrar una cierta atracción de Goya a las corridas de toros se remontarían, única y exclusivamente, a la temprana juventud del pintor aragonés, de modo que, como explica el experto Medrano Basanta, «pudiendo ser cierta su afición en algún momento de su vida [aunque tampoco está sobradamente demostrada], nada le impide haber cambiado de opinión hacia posiciones críticas o, quizás, haber analizado el significado cultural de la fiesta desde unos puntos de vista más complejos, acordes con los de sus amigos ilustrados». Pero, aun así, los taurinos se siguen aferrando a estas cartas para apoyar en ellas su relato de un Goya fanático de los toros. Bien, veamos qué hay detrás de esta correspondencia: se trata de exiguos comentarios encontrados únicamente en tres cartas intercambiadas entre Goya y Martín Zapater, pequeños comentarios que aparecen en tan solo tres cartas entre dos amigos íntimos que se estuvieron intercambiando misivas durante casi treinta años —entre 1771 y 1799, aproximadamente—. No resulta creíble pensar que, si Goya era tan taurino como nos quieren hacer creer, en casi treinta años de correspondencia con Zapater solo se hubieran encontrado insignificantes comentarios y únicamente en tres cartas.

7. El realismo no supone adhesión. Los taurinos también usan la siguiente lógica para decidir que Goya era taurino: en sus grabados, el pintor aragonés refleja con gran realismo, precisión y detalle los lances de la tauromaquia. Dicen que eso demuestra que Goya tenía un gran conocimiento del mundo taurino o, de lo contrario, no hubiera sido capaz de alcanzar tal nivel de realismo. Y de ahí pasan a sostener que, de ese realismo, se extrae la conclusión de que Goya era taurino. Evidentemente a esto se debe responder con un argumento tan irrefutable como innegable: verosimilitud y realismo no significan automáticamente adhesión hacia lo representado. Dicho de otra manera, y tal y como muchos expertos señalan, otras de sus obras, desde Los Desastres de la Guerra a los aquelarres de brujas, pasando por los grabados dedicados a la Inquisición, o los fusilamientos, también son de un realismo casi fotográfico y de ello no se puede desprender ni que Goya fuera un belicista ni un inquisidor ni una bruja ni un fanático religioso ni que estuviera a favor de los fusilamientos. Muy al contrario, este realismo, tan presente en su obra de denuncia, responde única y exclusivamente al deseo del pintor aragonés por criticar lo que sus ojos ven ya que, como resulta evidente —y el cine hoy en día es la mejor muestra de ello— la fidelidad de la descripción de unos hechos censurables es una gran herramienta para multiplicar el deseo de denuncia y la crítica hacia el hecho representado. Esto es como si dedujéramos que directores de cine como Steven Spielberg, Oliver Stone o Stanley Kubrick fueron belicistas acérrimos por realizar películas de guerra en las que reflejan con gran realismo el horror que supone. Resulta evidente que es más bien al contrario, como sucede con Goya.

8. La nobleza del toro, la barbarie del torero y la crítica de la crueldad hacia los animales. Este es otro asunto muy importante y muy común en la obra de Goya. Si nos asomamos directamente a observar los grabados de tema antitaurino de Goya, no hay que ser ni un gran experto en arte ni un gran detallista para descubrir, a simple vista, algo muy evidente: Goya nunca representa al torero como un héroe victorioso ni como un símbolo de valentía ni de hombría ni de ninguna de las demás sandeces tan anquilosadas en la imaginería popular taurina. Más bien lo representa como un bárbaro. Sin embargo, cuando Goya representa al toro lo hace con mucho cuidado, casi con cariño. El toro que Goya retrata nos es mostrado, como coinciden en señalar algunos de los críticos de arte ya citados, «como una figura noble, vivaz e inteligente, lejos del estereotipo popular de un animal feroz a la vez que estúpido». Mientras tanto, Goya sí se esmera en pintar el horror de muerte y de sangre que supone la tauromaquia. Asimismo, a lo largo de su obra, la crítica de la crueldad hacia los animales propia de las diversiones taurinas se aprecia claramente con la representación que Goya hace de los caballos destripados y muertos sobre la arena, con unos burros que son echados al toro para que los cornee, o con toros atravesados, literalmente, a lanzazos.

9. Los aficionados, seres desfigurados, groseros y espectrales. En su serie Tauromaquia, Goya no se contenta únicamente con representar con gran realismo —y, por tanto, con gran crudeza y horror— la muerte de toreros, picadores y, por supuesto, de toros y caballos, sino que, en algunos de sus grabados, también se aprecian críticas dirigidas hacia el público que asiste a estos espectáculos. En este caso, la denuncia hacia el aficionado taurino se pone de manifiesto con la representación que el pintor hace de esas figuras que ocupan las gradas de las plazas de toros. Así, algunas de las estampas de la serie Tauromaquia están protagonizadas, según explica el experto Medrano Basanta, por el «grosero populacho», lo que demostraría el sentir que Goya tenía al respecto del público asistente a estas diversiones. Medrano lo explica así: «[...] esos personajes que llenan los tendidos de la Tauromaquia de Goya muestran actitudes difíciles de interpretar —parecen divertidos ante las desgracias que ven—, y en los Toros de Burdeos se transforman en chusma tumultuosa que invade el ruedo creando escenas en las que domina el desorden». Así, parece claro que, para Goya, el aficionado taurino supone una presencia tumultuosa que, como un espectro sin forma, con los rasgos de la cara desfigurados, disfruta de la crueldad de este espectáculo desde las gradas entre risas y alcohol.

10. Conclusiones. En definitiva, y ante el relato impuesto por el pensamiento único taurino, lo que nos queda es volver la mirada hacia los hechos incontestables, los mismos que hemos tratado en este artículo, y que ahora expongo a modo de resumen concluyente: en las estampas taurinas de Goya se aprecia a simple vista una violencia brutal y feroz que dista mucho de una visión romántica o amable de las corridas de toros —como sí ocurre en la serie de Carnicero—; Goya era buen amigo de Jovellanos y de otros ilustrados que mostraron serias objeciones a las corridas de toros, entre otras razones por su brutalidad y violencia; las tres veces que Goya toca el tema taurino en su correspondencia con su amigo Martín Zapater no son en absoluto representativas en una amistad que duró casi treinta años; todos los estudios que se han hecho para tratar de defender que Goya era aficionado a los toros, y que por eso dedicó a la tauromaquia algunos de sus grabados, han estado condicionados por haber sido realizados para textos o exposiciones que ensalzaban las corridas de toros o, en su defecto, han sido escritos por autores aficionados a este espectáculo; Goya plasmó la violencia taurina en distintas series a lo largo de muchos años y bajo distintas circunstancias personales e históricas e, incluso, lo hizo en su exilio de Burdeos, en donde, libre de posibles persecuciones y amenazas políticas o sociales, creó las estampas más duras y violentas sobre la tauromaquia —los grabados de Toros de Burdeos—. Si con su arte Goya criticó la guerra, la locura humana, el radicalismo religioso o la Inquisición, ¿en qué cabeza cabe la idea de que no hiciera lo mismo con la tauromaquia? Y, finalmente, si Goya reprodujo con exquisita fidelidad las terribles escenas taurinas, realismo no implica adhesión. Según esto mismo, Goya sería un inquisidor o un radical religioso por reflejar con gran precisión autos de fe o procesiones de disciplinantes, o sería un belicista por pintar con gran realismo escenas de guerra. Y así con el resto de su obra.

Visto lo visto, no nos debe extrañar que el título manuscrito de una copia de la Tauromaquia de Goya que a día de hoy se conserva en el Museo Ashmolean de Oxford termine la presentación de las estampas del pintor aragonés con esta frase: «¡Bárbara diversión! Esta es la voz del público racional, religioso e ilustrado de España». Para los expertos, esta sería otra evidencia acerca del carácter crítico de la Tauromaquia de Goya, independientemente de si esta frase la acuñó el propio Goya o si fue su amigo Ceán Bermúdez, quien se encargó, en última instancia, de poner título a los treinta y tres grabados que componen esta serie. Y bárbara diversión sigue siendo, a día de hoy,  la tauromaquia, por más que algunos iluminados intenten banquearla,  aunque sea a costa del falso y burdo relato de un Goya taurino.

Más Noticias