Ecologismo de emergencia

Destruir el planeta, proteger los cuadros

Alicia Pajón

Coordinadora de Alianza Verde en Asturias

Dos activistas de 'Just Stop Oil' protestan contra la producción y financiación de combustibles fósiles después de lanzar sopa de tomate al cuadro 'Los girasoles' de Van Gogh en la National Gallery de Londres. -Europa Press
Dos activistas de 'Just Stop Oil' protestan contra la producción y financiación de combustibles fósiles después de lanzar sopa de tomate al cuadro 'Los girasoles' de Van Gogh en la National Gallery de Londres. -Europa Press

¿Qué vale más, la vida o el arte? Es lo que gritaron las activistas que tras tirar sopa a un Van Gogh la semana pasada se pegaron a la pared. La vida podemos argumentar. Y, sin ella, no hay arte. Pero ¿es necesario dañar un cuadro para protestar por algo que a priori no tiene que ver? La respuesta que automáticamente se nos viene a la mayoría a la cabeza es que no.

La disyuntiva es, a pesar de todo, falaz. Estas activistas no dañaron el Van Gogh ni el Monet resultó herido tras el puré de patatas que recibió en Alemania la semana pasada. La figura de cera de los nuevos monarcas británicos no parece estar en peligro por los tartazos en la cara del 24 de octubre. Sin embargo, ¿funcionan este tipo de acciones? ¿Sirven realmente para poner el foco en el problema real? O simplemente, como argumentan algunas, alejan todavía más a la gente del activismo y hacen flaco favor a la causa en cuestión.

Este argumento sería válido si no se hubieran probado todas las estrategias posibles. Parece que, de un modo u otro, el activismo climático siempre falla en las formas, y eso, para algunos sectores, anula irremediablemente el fondo. Greta Thunberg es demasiado joven y está siendo manipulada; "destruir" —recordemos que los cuadros no han sido dañados— el arte desvía la atención del verdadero objetivo; y científicas tirando zumo de remolacha al Congreso de los Diputados es inaceptable. Este último colectivo, agrupado en Rebelión Científica, explica en su propia web sus motivaciones para rebelarse ante la inacción política frente a la crisis climática. Ante décadas de avisos no atendidos, deciden pasar a la acción.

Pero parece que la acción tampoco vale. Entonces, ¿qué tenemos que hacer? ¿Cuáles son las estrategias aceptables para hacer oír los mensajes de protesta? La acción colectiva se ha demostrado más eficiente en cuanto que visible. Sea o no el resultado deseado, al menos el problema está siendo escuchado. Y, aprovechando la ventana que abren quienes ponen el cuerpo por el futuro de todas, propongo entonces no quedarnos en la superficie y prestar atención a lo que todas estas personas nos gritan.

El momento, además, no es casual. Entre el 6 y el 18 de noviembre se llevará a cabo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2022, la COP27. Esta vez el lugar escogido para que los líderes mundiales puedan simular que su compromiso con desplegar medidas en torno a la crisis ecológica es firme es Egipto, algo que en sí mismo es tema de debate, aunque no nos ocupe aquí. Deseando equivocarme, se augura otro año más de promesas incumplidas, con los periódicos llenos de noticias que anuncien que cada vez estamos más lejos de los objetivos propuestos en París en el año 2015. Además, la foto de familia amenaza con no estar completa, ya que se anunciaban bajas como la de la breve Liz Truss, y del propio Carlos III, lo cual motivó que su figura de cera fuera castigada. Habrá que ver qué rumbo toma el nuevo gabinete británico, una potencia con un poder nada desdeñable en decisiones de este calibre.

Estos dos colectivos, el de las activistas y el de quienes tienen el poder y no lo ejecutan, están siendo actores protagonistas de la lucha del ser humano ante la mayor amenaza que viviremos en nuestro tiempo. Y ahora me pregunto: ¿Quién está siendo más dañino? ¿Es igual de grave dañar un marco de un museo que escoger activamente no desplegar políticas que nos protejan a todas? Y si se hubiese destruido el cuadro impresionista, ¿la demanda de acción urgente ya no serviría?

Mientras tanto, se derriten los polos, se secan los pantanos, sufrimos olas de calor y escasez de alimentos. Y no, no tenemos un cristal para proteger Doñana del colapso o uno que resguarde nuestros bosques del enésimo incendio. Por eso gritan estas activistas. Y por eso escogen elementos sacralizados para hacerlo y señalar lo que está sucediendo. Estaban poniendo el foco en la base sobre la que se ha construido el sistema en el que vivimos y que nos mata. Un sistema que reproduce abusos sobre los más débiles, ya sean cuerpos, especies o estructuras. Un sistema que jerarquiza. Que decide ignorar a quienes alzan la voz gritando lo incómodo y continúa en modo huida hacia delante.

Puede que estas acciones solamente nos estén recordando que tenemos que revisar nuestras prioridades. Aunque solo sea para poder mirar a la cara a las que vienen después.

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