Ecologismo de emergencia

Verano rural

Jesús Sampériz Maluenda

Autora: Pilar Iturralde
Autora: Pilar Iturralde

El verano manifiesta la "dualidad urbano-rural" con todos sus matices y en toda la extensión del término. Es el momento en que se llenan las autopistas de salida de las ciudades en busca del mar, la montaña, los deportes de riesgo y aventura e incluso las sempiternas fiestas que convierten las plazas silenciosas del largo invierno solitario de nuestros pueblos en una sucursal de tercera división de las más afamadas discotecas de la Costa del Sol.

En la sesión de tarde no faltan rancheras y pasodobles para que los mayores del lugar remuevan sus artritis recordando un tiempo que solo existe en el deseo y el recuerdo. Luego vendrá la cena y la segunda sesión que es posible que termine ya de día con algún DJ con complejo de Paquirrín animando a una juventud que repite modas y modismo en la eterna búsqueda de una originalidad que comparte su inexistencia con la de los bailadores de rancheras y pasodobles.

Si todo sale bien y no hay ningún botarate, hooligan del equipo local que se lie a hostias con otro botarate del pueblo de al lado y si hay suerte con el control de alcoholemia y drogas de la benemérita que está en otro pueblo, habrá pasado el día de la fiesta. Los hooligans volverán a su "hooliganeces", porque los tontos no descansan nunca y la plaza caminará poco a poco, hacia  el silencio invernal.

Pero como hay tiempo para todo y gente para todos los gustos, no faltarán los amigos de subir la montaña más alta de España, descender el barranco más deportivo de la comarca o llevar a los niños a la tirolina más larga de la provincia. La oferta urbano-rural es tan larga como el catálogo de Decatlón y las incitaciones de Calleja.

Hay que decir que conforme el gusto urbano se ha decantado hacia las llamadas "actividades de naturaleza", los gestores públicos de lo rural, esos que han descubierto el concepto "España vacía", han procurado una tupida red de entretenimientos para chicos y grandes. Toda una serie de refugios de montaña financiados con dinero público aunque se salten las normas urbanísticas, vías ferratas y pasarelas de vértigo, también financiadas desde lo público y realizadas por ávidas empresas semipúblicas que desde la ciudad acomodan lo que la naturaleza creó en sus orígenes a todo tipo de pies y con todas las posibles variantes de tierra, de aire y de agua, están a disposición del urbanito y la urbanita que tiene que llevarse a casa su móvil repleto de fotos de felicidad, triunfo y originalidad.

Para los más críticos, estamos ante una escalada acelerada por convertir la naturaleza en un parque de atracciones que olvida los verdaderos valores naturales y que entretiene/engaña a una buena parte de la población que ha hecho de los superfluo lo único importante, mostrándole un mundo irreal a la medida de los intereses de la oligarquía dominante. Otros, más moderados, creen que es posible modular el ocio urbano en el campo, la playa y la montaña sin olvidar el derecho al desarrollo del sector primario de cada pueblo aspirando a un equilibrio complejo pero posible y deseable, entre los "de aquí" y los "de fuera".

Pero seguro que ambas visiones coinciden en que tiene escaso sentido gastar más de un millón de euros públicos en hacer visitable una sima en una punta de la provincia de Zaragoza mientras por la otra, arden miles de hectáreas de monte por no haber invertido lo necesario en la gestión de ese paisaje que tardará mucho en volver a ser.

De forma parecida, ante la avalancha de imágenes y comentarios de sindicatos de agricultores y prohombres del cerdo, sobre la grave situación de la sequía que se vive, se hace difícil explicar a los enamorados del medio natural que es igualmente estúpido invertir en el crecimiento del regadío cuando disminuyen las previsiones de disponibilidad de agua. Eso sin olvidar que estos presuntos e interesados portavoces del medio rural, ocultan que la alfalfa de los Monegros aragoneses, los aguacates de la Axarquía andaluza o las canales de reses de la ganadería industrial, se venden en mercados extranjeros haciendo crecer la cuenta de resultados de empresas camufladas en la agricultura que dejan en el territorio de donde sacan tierra, agua y trabajo una parte ínfima de su valor añadido.

Nadie en su sano juicio puede ir en contra del turismo o del deporte, ni de que todo el mundo pueda disfrutar su parcela de naturaleza y del contacto con lo ancestral que salpica cada atardecer en ese sitio que cada uno hace exclusivamente suyo, como suyas son rancheras, pasodobles o Djs, pero alguien tendría que explicar a toda esta turbamulta de ciudadanos que atascarán, pasado el sagrado mes de agosto, las entradas a las ciudades, que el medio natural no es un parque de atracciones y que se puede subir a la montaña más alta de España o rapellar el barranco más deportivo de Europa sin olvidar que caminamos sobre la piel de la vieja Gaia que nos brinda toda su belleza y solo nos pide a cambio que hagamos el esfuerzo de ver la realidad más allá del brillo de los folletos que prometen una experiencia única e irrepetible.

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