Ecologismo de emergencia

Cambio climático... ¿y marcha atrás?

Rosa M. Tristán

Cambio climático... ¿y marcha atrás?
Jóvenes se movilizan por el clima para exigir un cambio en el sistema energético, en la Plaza Mayor, a 23 de septiembre de 2022, en Madrid (España).
Fernando Sánchez / Europa Press

La economía española, nos cuentan, ha retomado el PIB anterior a la pandemia. Sería una gran noticia si no fuera porque eso quiere decir que seguimos en el sistema del crecimiento continuo como si no pasara nada;  si, al menos, nos hubiera servido para tener una sociedad satisfecha con quienes lo ha conseguido en medio de una guerra y con los precios de la energía disparados... Pero nada que ver. Lo único que se detecta en el aire es el aroma de una involución social y política y, por tanto, ambiental, que va impregnando los territorios y que enmascara esa crisis que seguimos sin querer ver y se llama cambio climático.

Justo en los días que en algunas comunidades autónomas y ayuntamientos toman posesión un buen puñado de negacionistas, es decir, de aquellos que consideran que miles de científicos de todo el mundo están equivocados, comienza una nueva ola de calor en la península ibérica, otro eventos de esos en los que hay que remontarse décadas para encontrar algo similar, si es que lo hay, porque la realidad es que nunca se repitieron a la frecuencia de los últimos años.

Qué ironía que ese discurso fuera de la realidad triunfe en pueblos, ciudades, autonomías e incluso países del moderno entorno europeo, mientras vemos cómo se secan nuestros campos, se incendian nuestros bosques y se adelgazan hasta la nada nuestros ríos. Qué ironía que consigan votos quienes hablan de defender las familias (las tradicionales desde el Neolítico, no todas) mientras miles de personas mueren cada año por una contaminación a la que poner coto se considera "la religión de los ODS", afirmación que se lanza como si fuera una maldición cuando esos objetivos, que no se cumplirán, tan sólo tratan de evitar miseria y conservar lo poco que va quedando de la maltrecha naturaleza. ¿Realmente sabemos qué estamos haciendo?

Hace escasos días, la organización Ecologistas en Acción hacía público un informe sobre calidad del aire en España, basado en datos oficiales, que es más que preocupante. Señalan sus conclusiones que el calor y la sequía del pasado año ya ha disparado los episodios de contaminación y que el 100% de los españoles estuvieron expuestos a unos niveles insalubres en el aire, según los límites de la OMS. Es más, contaban sus representantes que cada año mueren 25.000 personas (son datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente) por respirar esas partículas de NO2 y de ozono, 10.000 de ellas justamente en esos picos de polución que no pueden soportar. Añadían que, por si fuera poco, esa contaminación tiene un coste en bajas laborales del 3,5% del mismo PIB que tanto nos vanagloria que aumente.

El informe ecologista destaca que el repunte  de partículas dañinas en el aire tiene mucho que ver con la recuperación del transporte motorizado y de la industria tras el COVID-19, cuando hubo un bajón, y que en solo dos años casi ya hemos llegado al nivel previo, porque en este tiempo ha habido un gran despliegue de energías renovables en el territorio, pero de momento eso no influye nada en el primer sector y casi nada en el segundo. Lo único evidente es que en el parón no aprendimos y ya estamos "a toda máquina". Si en las costas el problema se acrecienta en algunos puertos, haciendo el aire más irrespirable, en el interior las culpables son las grandes y medianas ciudades –expanden su influencia cientos de kilómetros en tgorno- que siguen, en su mayoría, sin tomar medidas para que lo que llena nuestros pulmones no sea negro zaíno.

Con este desolador panorama en la atmósfera que nos rodea, y además nos cambia el clima hasta que nos achicharra, es desolador que esos políticos, evidentemente sin formación básica alguna, se estrenen en sus cargos aboliendo o anunciando la abolición de medidas tan de perogrullo como son las encaminadas a evitar el tráfico masivo de los vehículos más contaminantes, especialmente en zonas de alta concentración de esas partículas dañinas , o la eliminación de vías para poder desplazarse en bici con seguridad o la destrucción de árboles y zonas verdes consolidadas desde hace décadas.

Apenas han pasado unos días desde que algunos de esos negacionistas de la ciencia global han tomado el poder y ya hemos visto cómo han ordenado que desaparezcan los carriles-bici en ciudades como Gijón, Elche, Palma de Mallorca o Valladolid. En algunos lugares, la población ya los tenía integrados en su movilidad y eran muy utilizados. No hay más que salir de nuestras fronteras para ver cómo el en esto de la Unión Europea cada vez se va más sobre dos ruedas.

Pero no queda ahí la cosa. Las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE), que el informe mencionado considera fundamentales para mejora la calidad del aire, también van a desaparecer o se ha hecho bandera de su retraso. PP y Vox ya han dicho que la ZBE dejará de existir en Elche (va a ser estupendo respirar ese aire en agosto) y ya se adelanta que no se pondrán en marcha "sin consenso" en ciudades como Valencia y Castellón, pese a que incluso peligran  por ello los fondos europeos  destinados para ello; lo mismo parece que ocurrirá en Alcalá de Henares, Burgos o Valladolid.

¿Y qué decir de esas políticas urbanísticas en las que se prima el tráfico y las construcciones inmobiliarias a costa de talar cientos de árboles maduros? En Madrid tenemos un buen ejemplo con las obras de la Línea 11 de Metro, que ha levantado la indignación ciudadana, o en los parques que se quita verde y tierra para poner zahorra (piedra machacada). Pero, oye, luego nos dicen que contra el cambio climático... macetas. Y en el gobierno el tema ambiental queda diluido en una consejería que es cóctel, junto con políticas territoriales e interior

Y nada parece amilanar a esos representantes políticos  -eso si, elegidos democráticamente, aunque todo indica que por votantes muy mal democráticamente informados- para caminar en sentido inverso a sentido común, llevándonos a los demás a cuestas, hasta darnos trompicones con problemas de salud que, eso si, tendremos que ir a solucionar a un hospital privado.

Es verdad que hay avances que no tienen marcha atrás, por más que algunos dirigentes se empeñen, pero también lo es que cualquier retraso para rebajar las emisiones contaminantes causará daños a un plazo cada día más corto que cuesta hoy cuantificar, lo mismo que no sabemos el coste en miles de millones de euros que ya están teniendo sequías, inundaciones y olas de calor. Por no hablar de las muertes de quienes huyen de ellas, a sumar a la cuenta de defunciones humanas.

El 23 de julio se acerca. Ojalá en las listas electorales de todos los partidos hubiera más gente capaz de explicar sin paliativos los riesgos y retos ambientales a los que nos enfrentamos, más allá de si hay o no hay cambio climático, así, en genérico; ojalá la realidad de sus impactos fuera transversal a una u otra ideología, igual que no la tiene la afirmación de que la Tierra es redonda (y aún así algunos lo niegan). Una utopía, ciertamente. Pero no nos queda otra. Estos pasos atrás no auguran nada bueno. Y si, nada es inevitable. En nuestras manos está.

Más Noticias